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396 F R . ERHA RD -W . P L A T Z E C K , O .F.M . lleno de misterios, como San Buenaventura lo expone posterior­ mente con la ayuda de la teología negativa. Aquí somos conduci­ dos al límite extremo de las categorías de nuestro pensar, a las que este nombre de Dios parece destruir: El ser divino es el primero y el último, es eterno y presentísimo, es el más simple y el mayor — (el Cusano dirá más tarde que es el menor y el mayor a la vez)— ; el ser divino es el actualísimo y el inmutabilísimo, el perfectísimo y — (tan contrariamente a Parménides)— : a la vez ilimitado, es el uno en modo sumo y a la vez cada uno72. Estas oposiciones se pro­ fundizan aun en el texto que va a continuación. La segunda propo­ sición del L ib e r v ig in ti qua ttuo r ph ilo soph o rw n ofrece la cumbre de la disolución de nuestras categorías del pensar: «Dios (como ser simplicísimo) es una esfera inteligible, cuyo centro está en to­ das partes y cuya periferia no se encuentra en parte alguna» 73. Esta sentencia, como se sabe, se encuentra por primera vez en Alano de Insulis74. Esta sentencia está en la mayor oposición a Parménides, según el cual, el ser s im p lic ite r es perfecto, porque es comparable a una esfera bien redonda y limitada por todas partes75. Esta sentencia es la razón por la cual muchos intérpretes piensan que el ser de Parménides representa la esfera perfecta del universo, la cual in­ cluye el mundo del devenir y de la apariencia. Se opina general­ mente que la parte segunda del poema filosófico de Parménides trataba expresamente de este mundo de las apariencias. Lo que es importante en el capítulo quinto del Itin e ra rium es el hecho de que Buenaventura nos muestre que el Dios transcen­ dente de los cristianos, como el E n s sim p lic ite r, no puede conce­ birse por las categorías del pensar humano. Estas categorías valen en cuanto pueden conducirnos desde el mundo de nuestras expe­ riencias al «Ens, quo nihil maius cogitari potest». Mas no nos ayu­ dan a esclarecer lo que en verdad es aquel E n s ip se según su esen­ cia plena en la identidad del «quid est» y del «quod est». En nos­ otros mismos observamos en cierto modo tensiones inmensas las cuales empero en Dios deben ser reducidas a una suma unidad. Sin embargo al constituir así dichas antinomias, las cuales podrían hacernos presentir la realidad divina, deberíamos ser modestos y cuidadosos y no hablar a la ligera, arrebatados por un cortocir­ 72. L. c„ V, 309 B n. 7. 73. L. c., V, 310 A n. 8 . 74. A la n o de I n s u lis , Theologiae Regulae, regula 7: PL 210, 627; después en el pseudo-hermético Liber XX IV philosophorum, Baeumker Beiträge 25, 2.“ ed., 1927, theorema 2 . 75. H. Diels, Vorsokratiker, Parmenides, fr. 8 .

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