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366 JO S E IG N A C IO SARANYANA a la concepción que profesa el Seráfico sobre la historia. La his­ toria in facto esse, decíamos, es algo accidental que se encuentra en todo ser que comenzó a existir; es una afección o disposición en la cosa, producida por el paso del tiempo y los acontecimien­ tos, que el Maestro franciscano denomina quando*1. Este quando, sin embargo, no es predicamental, sino una subespecie de la cua­ lidad: una affectio o d ispositio . En sentido amplio, por tanto, todo ser tendría historia. Pero estrictamente, la historia es sólo del hom­ bre, y de las cosas en relación al hombre. Tal concepción de la historia implica, eo ipso, la irreversibilidad del proceso temporal; y además, puesto que hay un inicio del tiempo, que coincide con el comienzo en la existencia del mundo — es decir, desde su crea­ ción— , a fo r t io ri habrá un fin o término temporal de la historia 82. La investigación bonaventuriana de la historia — se ha dicho— escapa, a cualquier historicismo de matiz inmanentista, y en con­ secuencia, se aleja radicalmente de muchas de las formas de en­ tender la historia hoy al uso. Para San Buenaventura, el devenir no se explica por sí mismo, porque de lo contrario, si toda deter­ minación ontològica del ser del ente se resolviera en historia o en subjetividad, entonces la temporalidad y la historicidad resultarían intrascendibles, lo que repugnaría, de entrada, a su doctrina sobre el ejemplarismo, que postula necesariamente un otro ( a lte r ) a quien «reproducir». Ello no obstante, y a pesar de reunir en su mano to­ dos los elementos para una brillante especulación, San Buenaven­ tura no ha hecho filosofía de la historia, sino teología. Sentó los principios básicos para hacer una filosofía, pero no la abordó. ¿Por qué?, ¿qué le detuvo? Un pasaje de su «Comentario a las Sentencias» puede ofrecer­ nos una explicación. Después de rechazar la opinión aristotélica — según la cual el tiempo está en el primer móvil como en su su­ jeto— , y la doctrina de San Agustín (y antes también de Aristóte­ les y de Plotino) — para quienes el alma es el sujeto del tiempo— , pasa a exponer su propio parecer: 81. C f. De Myst. Trin., q. 5, a. 1, ad 5: Q. V , 91 a. 82. E sta argum entación es, a ju icio de S . B u en aven tura, alcanzable por las so­ las fu erzas de la razón natu ral, supuesta la noción de creación ; no así p ara Sto. Tom ás. Como era de esp erar, el Aquinatense afirm ará: «Dicendum quod secundum docum enta sanctorum ponim us m otum caeli quandoque cessatu rum ; quam vis hoc m agis fide ten eatur quam ratione d em on stran possit» (De Potentia, q. 5, a. 5 c: ed. Pession). C f. también IV SetU., d. 48, q. 2, a. 2 (Parm . V II-2, 1173-1176) y S. Th., Suppl. q. 91, a. 2. C f. sobre este tem a, D. N y s, La notion de temps., 3.“ ed., P aris 1925, 206 ss.; y M. S e c k le r , Das Heil in der Geschichte. Geschichtstheologiesches Denken bei Thomas von Aquin, München 1964, 73-74.

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