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2 5 2 RICARDO MARIMON BATLLO tución de una disciplina: la filosofía de la religión, de orden pu ramente natural en el hombre, que la filosofía con pleno derecho puede y debe incluir dentro de su ob jeto propio. La filosofía no sale de sus prop ios límites ni se erige en juez de la religión reve lada por Dios cuando examina la religión que se halla dentro del orden puramente natural del hombre. Cierto que no ha sido en el plano puramente filosófico y dentro de los solos límites de la ra zón que se han mantenido la mayoría de los que han tanteado la filosofía de la religión, amparados ba jo el término más amplio de «fenomenología de la religión», en la que se ha incluido el estudio de la religión sobrenatural cristiana, com o en H. Duméry, o in cluso, sin emplear aquel término, el estudio de las demás religio nes, com o en F. Heiler o en R. Panikkar. Que el «amor a Dios» sea «el fin natural del hombre» no se en cuentra en Aristóteles ni en Platón, que no llegaron a las conse cuencias metafísicas de la filosofía de la religión. Tampoco se en cuentra explícitamente en Tomás de Aquino. Parece, a lo más, una tesis de origen plotiniano que podría quizá deducirse de la Enéada VI, lib. IX , cuando se dice que Dios es el principio y el fin del alma, y que «siendo distinta de Dios, pero viniendo de El, le ama necesariamente... y quiere unirse a E l... nuestro b ien ... el verda dero ob je to de nuestro amor». Pero más bien estaría en consecuen cia con aquel «nos hiciste (Señor) para ti — de Agustín— y nuestro corazón estará inquieto hasta descansar en ti» ( C o n fe sio n e s , 1 , 1 ), o con aquella afirmación de S. Buenaventura: «Si la virtud nos lleva a la vida feliz, yo afirmaría en absoluto que nada es virtud sino el sumo amor de Dios» (D e p e r fe c tion e vitae, c. 7, n. 1. Cf. S. Agustín, lib. I D e m o r ib u s E cclesia e Cath., c. 15, n. 25). Añada mos que al hablar del «am or a Dios» com o «fin natural del hom bre» presuponemos que este fin humano es un acto de la voluntad y no de la inteligencia, y que ello parece más de acuerdo con Es coto, para quien «la felicidad absoluta de la naturaleza intelectual consiste en el acto de fru ición» (In I V Sen t., d. 49, q. 4 y 5), que es el acto perfecto de la voluntad (Lib. I del C om en ta rio , d. 1, par te 1.“ y 2.a). Todo lo cual parece distar mucho de Sto. Tomás, para quien «la esencia de la bienaventuranza consiste en un acto del entendimiento» (S. Th. I-II, 3, 4), com o lo repitió con fuerza P. Rousselot en su L 'in tellectua lism e de S t. Th om a s, y recientemente J. M. Ramírez en su D e h om in is bea titud ine. Sin embargo, hay se rias dificultades para la interpretación puramente intelectualista de Sto. Tomás (cf. J. B o f i l l , La Escala d e los S eres, Barcelona 1950), cuya solución se halla en la clara distinción entre el fin na
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