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266 RICARDO MARIMON BATLLO sociedad que sería ya la humanidad entera, amada en el amor de lo que es su princip io» {Ib ., nn. 224-225, 1155). Es realmente sorprendente este lenguaje de Bergson tan afín al que hemos citado de Gardeil de quien pudo quizá depender. Notamos, sin embargo, que Bergson habla y quiere hablar com o puro filósofo, y que reconoce en la religión humana un acto de amor a Dios que es com o la cima de la religión, y que d esb orda luego en am o r a lo s d em á s seres. Y notamos igualmente que Berg­ son habla del amor a Dios de los místicos com o un «cam ino abier­ to por el que pueden ir todos los demás hombres» para llegar a Dios «de donde viene y adonde va la vida» {Ib ., nn. 273-274, 1194). Ciertamente no aceptamos el marco de la filosofía y teología berg- soniana, pero no podemos menos de admirar cóm o en estas expre­ siones de Bergson se refleja un conocim iento profundo de este acto de religión que es el amor a Dios, y cuyo carácter de fin y perfección del hombre le hace desbordar luego en toda su activi­ dad humana. EL AMOR RELIGIOSO, PRINCIPIO ORDENADOR DE LA MORALIDAD HUMANA Si el amor a Dios es el fin natural del hombre, es consecuencia plenamente lógica que sea también el principio ordenador de toda la actividad propiamente humana. Cuando Tomás de Aquino habla de la virtud de religión (S. Th. II-II, 81) no trata de la virtud «natural» de religión, sino de la virtud «infusa» (S. Th. I-II, 63, 3 y 4), que reviste un «m od o » superior, que la adapta al nuevo fin sobrenatural del hombre. Por eso, está plenamente justificado que no siempre hable de ella com o de la virtud del fin (S. Th . II-II, 81, 1, 1) y que hasta la designe sólo com o «la más cercana al fin» — «fini prop inqu ior» {Ib ., a. 6)— , refiriéndola al fin sobrenatural. Pero cuando habla de la religión en relación con las demás virtudes morales la designa claramente com o «la virtud a la que pertenece el fin» —« virtu s ad quam per- tinet fin is» — y a la que por ello mismo «le compete imperar a las virtudes a las que pertenece todo lo que son medios para el fin» (S. Th. II-II, 81, 1, 1. V. corp.). Para Tomás de Aquino, evidente­ mente la religión «está por encima de todas las demás virtudes morales» — «p ra em in et in ter om n e s alias v ir tu tes m o ra le s» {Ib ., a. 6). Todo lo que Tomás de Aquino dice de la caridad en el plano sobrenatural — que es «la más excelente de todas las virtudes» porque tiene por ob je to «el último fin», y que por eso mismo

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