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EL AMOR A DIOS, FIN NATURAL DEL HOMBRE. 265 corresponde a la devoción: «En la cima de nuestra actividad psi­ cológica organizada y jerarquizada hay, según Sto. Tomás, un acto clave que es el principio de todo el movimiento voluntario: es la volun tad sim p le del fin, y p rin cipa lm en te del fin ú ltim o (S. 77?. I-II, 9). En este acto, pura reacción de la voluntad razonable ante la atracción del ob je to a que está naturalmente destinada, primera descarga de esta facultad dominante, se encierra ya realmente la energía que se desplegará después por todo el organismo volunta­ rio moral» ( L ’E du ca tion , en R evu e T h om iste 24 (1919) 347). Lástima que A. Gardeil no haya logrado intuir que esta función primaria del acto de amor a Dios que mueve, según Sto. Tomás, toda nuestra actividad moral humana com o se deduce claramente de la II-II, 81, 1, es un acto de la virtud de la religión y no de la virtud teologal de caridad. No se comprende cóm o el mismo Gardeil pudo escribir: «el homenaje sigue siendo homenaje, nunca es am or... El acto de honrar a Dios se opera ba jo el imperio de las virtudes teologales, se imbibe de amor a Dios, y elevado inter­ namente, ofrece a Dios una j u s t i c i a im p r e g n a d a d e a m o r ... Pero esta com posición no cambia, en m odo alguno, el valor prop io de las energías componentes: l a r e l ig ió n s i g u e s ie n d o j u s t i c i a y e l a m o r s i g u e s ie n d o a m o r . . . » ( L ’E du ca tion , en R evu e T h om iste 24 (1919) 120). Ciertamente Gardeil no había reflexionado sobre el «am or natural» del hombre a Dios de que habla también Sto. To­ más, com o ya hemos expuesto. Aunque en una sistemática diferente y sin distinción de natural y sobrenatural, no podemos menos de traducir igualmente algunas líneas de H. Bergson, en que asigna a la «religión dinámica» un acto de amor en respuesta y com o complemento al amor de lo que él llama la «energía creadora»: «...Una energía creadora que fuera amor y que quisiera sacar de sí misma seres dignos de ser amados, podría sembrar así los m undos...» ( L es deu x sou r c e s de la m orale et de la religión, Paris 1959, n. 272, 1193). « ...L o s místicos son uná­ nimes en atestiguar que Dios tiene necesidad de nosotros com o nosotros la tenemos de Dios. ¿Para qué podría tener necesidad de nosotros, si no para amarnos? Esta es la conclusión del filósofo que se atiene a la experiencia m ística...» (Ib ., n. 270, 1192). «...A un alma capaz y digna de este esfuerzo... le bastaría con sentir que se deja penetrar, sin que su personalidad sea absorbida, por un ser que puede inmensamente más que ella, com o el hierro por el fuego que lo pone incandescente. Su vida sería entonces algo inseparable de este principio, gozo en el gozo, amor de lo que no es más que amor. Luego se prodigaría a la sociedad, pero a una 8

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