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2 6 2 RICARDO MARIMON BATLI.0 Th om a s, Paris 1936, p. 1, VII, 41. Cf. S. Th. I, 19, 1; I II 3, 4). La voluntad es, pues, esencialmente tendencia, inclinación, complacen cia consiguiente; mientras que el entendimiento es esencialmente posesión del fin. De ahí la superioridad del entendimiento en la visión beatífica. El intelectualismo sobrenatural de Tomás de Aqui- no es indiscutible. Su base teológica son las palabras de S. Juan 17, 3: «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero»; y sobre ellas se alza luego el argumento con elemen tos filosóficos en plena congruencia con todo el resto del sistema. Para alguno este «intelectualismo» sobrenatural de Sto. Tomás, que creen heredado ya de Aristóteles, decidiría el sentido de toda su filosofía, y en ella el supremo acto de perfección natural hu mana sería la pura contemplación de la verdad; lo cual es abso lutamente erróneo. Cierto que el Doctor Angélico no nos ha dejado tratados de su puro sistema filosófico, que se halla integrado en su sistema teológico y hasta definido en algunos puntos en sus comentarios a Aristóteles. Y com o Aristóteles no se planteó el problema de la comparación entre el conocim iento y amor a Dios, el tratado puramente filosófico de Tomás de Aquino sobre el fin del hombre sólo se halla integrado en su teología. Objetan otros que al ser elevado el hombre a un fin sobrena tural, el fin del hombre en el plano natural ya no es un «fin último simpliciter» (Cf. J. R a m í r e z , D e h om in is bea titud ine, lib. I, 2.a p., c. 1, a. 5, s. 2; Madrid 1972, t. 1, 457), y que perdería ya todo sen tido de «fin», sin ser preciso ni hablar ya del mismo. Pero no caen en la cuenta de las trágicas consecuencias que se seguirían de des tituir a la naturaleza humana de su prop io fin natural. ¿N o sería un disparate metafísico admitir una inclinación natural y un prin cip io de acción en la naturaleza humana, después de destituirla de su prop io fin? Ya Aristóteles afirmó con fuerza: «N o sólo la inte ligencia, sino también la naturaleza obra por un fin» (I I Phys. 196 b 21-22). Tenemos textos explícitos del mismo Tomás de Aquino en que se habla claramente de un a m o r n a t u r a l a D io s fundado en la naturaleza sola del hombre. Veamos sus mismas palabras: «De Dios podemos recibir un doble bien: el de naturaleza y el de gra cia; y en la comunicación de los bienes naturales que Dios nos da se funda el amor natural, con el que no sólo el hombre en su estado de naturaleza íntegra ama a Dios más que a sí mismo, sino también cualquier creatura le ama a su manera, a saber, con amor intelectual, racional, animal, o al menos natural, com o las piedras y las demás cosas que no tienen conocim iento: porque cada parte
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