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2 6 0 RICARDO MARIMON' BATLLO dimiento. Mi concepto es verdadero cuando corresponde a la cosa, cuando se asimila a ella tal com o es. La asimilación parte de la cosa y termina en el entendimiento. Por la operación volitiva entra nuestro espíritu en relación con cualquier otro ser, que le perfecciona en razón de su ser mismo. Por la voluntad la cosa querida se convierte en término y fin de nuestra inclinación espiritual. La relación tiene ahora su princi­ pio en el sujeto que quiere, y su término en la cosa querida en sí. El término y fin que orienta toda la actividad volitiva ya no está en el sujeto mismo, sino en la cosa misma existente. Como ya advirtió Aristóteles, el bien y el mal no están en la mente, sino en las mismas cosas; en la mente están sólo la verdad o el error (M e í. 1027 b 25-27). Al encontrarse, pues, el hombre frente a todos los demás seres en esta doble relación posible, se establece una doble comparación, según que el ob je to con ocid o y querido sea superior o inferior a él: «Las cosas inferiores a nuestra alma — leemos en un texto clásico de Tomás de Aquino— , están de m odo más noble en nues­ tra alma que en ellas mismas, pues cada cosa está en otro con un modo com o el de aquél en quien está, com o se dice en el libro «De Causis» (prop . 12). Por tanto, si se trata de cosas inferiores a nosotros, es más noble el conocim iento que el amor a ellas. Por esto el F ilósofo (Aristóteles) en el VI libro de la Etica (caps. 7 y 12) pone las virtudes intelectuales antes que las morales. Pero si se trata de las cosas superiores a nosotros, y especialmente del a m o r a Dios, e n t o n c e s e s p r e f e r i b l e e i . a m o r a l c o n o c im i e n t o » — sed eo rum , quae sun t supra nos, et praecipue D ei d ilectio cogn i- tion i p ra efertu r (S. Th. II-II, 23, 6, 1). La comparación no fue establecida expresamente por Aristóte­ les, sino por Tomás de Aquino. Aristóteles antepuso justamente el conocim iento al amor de las cosas inferiores al hombre. El pro­ blema de la comparación entre el conocim iento y el amor a Dios no se lo planteó. Recordemos, sin embargo, que Aristóteles dio incluso un paso más, anteponiendo el conocim iento de lo divino al de las cosas inferiores, diciendo expresamente: «El escaso c o ­ nocim iento que podemos alcanzar de aquellas cosas (más excelen­ tes y divinas), debido a su excelencia, nos produce más placer que el de todas las cosas del mundo en que vivimos» (“ fi>v ¡jív -,-áp ei xat y.azd ¡v./.po'j ¿cpa7txó|ieí>a, ojuoí ota ctt(uÓTr¡ta xoO pcopíü.siv y-giov -jj ~a rMpr r¡'jIv cnravxa. De pa rtibu s an imalium , 644b 31-33. Cf. S. Tho. I I -I I , 180 7, 3; I CG , 5, fi.). Notamos, sin embargo, que aun sin cambiar su doctrina, según

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