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UN BALAN CE P O S C O N C IL IA R 301 pericia los huecos más llamativos, no dejan espacio para las mis­ mas condiciones de posibilidad del hecho cristiano. En algún lugar reconoce Küng que podemos hablar de la realidad de Dios en términos positivos, diciendo, por ejemp lo, que El es más y no menos que nosotros en libertad, en bondad, en personalidad, etc. Si, pues. Dios es frente al mundo más libre y personal que el hom ­ bre, ¿p o r qué tanto recelo luego ante sus posibles intervenciones en la creación de ese m odo que él, peyorativamente, llama «super- naturalista»? El máximo acoso de la intervención divina se centra en el hecho de la resurrección de Cristo. Küng arriesga una afir­ mación, cuya originalidad es la pretensión católica de quien la repite: «La corporeidad de la resurrección no exige que la tumba se quede vacía» (p. 356). ¿N o es esto cambiar las condiciones con que Dios nos presenta un hecho revelado en función de un aprio- rismo? Küng supone que el bagaje m ítico de la revelación cris­ tiana no ha de abordarse con criterios totalizantes de conservadu­ rismo o de eliminación, sino interpretarse «diferenciadamente». Pero poco se adelanta con esta formulación de principios si la «diferenciación» interpretativa no tiene más árbitro que el propio talante. Queda otro autor del que se ocupó Mondin: Ch. Duquoc. Su cristología, que parece un tanto ecléctica, resulta, sin embargo, orgánica en su complejidad . Tiene un doble ob jetivo: entrar en diálogo con las corrientes actuales y salvaguardar las verdades clásicas. Con método inductivo (cristología «desde ab a jo ») presen­ ta al hombre Jesús en su originalidad absoluta de libertad frente a toda imposición humana: parientes, autoridades, demonio, ley, contenido de las expectaciones mesiánicas... Tal habría sido el origen de su incomprensión, persecución y muerte. En oposición a los teólogos de la «muerte de Dios», que inter­ pretan la libertad de Jesús de m odo ateo (liberarse de Dios), Du­ quoc muestra que es precisamente lo contrario: la incondicional entrega a la voluntad del Padre es lo que deja a Jesús libre de todas las esclavitudes. El Cristo de la fe — su título más signi­ ficativo es «H ijo de Dios»— no es otra cosa que el despliegue reflexivo sobre el Cristo histórico. Nuestra búsqueda de «Cristo para nosotros» empieza en la toma de conciencia de nuestros pro­ blemas humanos llegando a ver cóm o Cristo es su única solución definitiva. De lo humano hay que aceptar el valor del conocim iento para pasar de lo aparente a la profundidad de las cosas y para asegurarse de la realidad de lo trascendente. A su vez, hay que contar con la real superación de nuestros criterios proclamando 8

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