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300 BERN ARD INO G. DE ARM ELLADA Tal actitud de Jesús pone en trance crítico las estructuras huma nas, tengan versión extremista o moderada. Por ello resulta incó m odo a todos los niveles, es perseguido y llevado a la muerte sin que haya una voz eficaz a su favor. Pero la causa de Jesús no termina ahí. Dios sale garante de la misma. La muerte de Jesús es el principio de una nueva y eterna vida en Dios. Y es Jesús, vivo en Dios, quien despierta en los suyos la fe en El com o por tador del destino luminoso de los hombres. Desde ese momento la comunidad primitiva iría articulando su fe en expresiones y figuras que correspondían a su horizonte cul tural. Un horizonte cultural, piensa Küng, que hoy ya no es válido y que exige ser reinterpretado o suprimido. Y aquí es donde Küng — suave e implacable en sus conjeturas— se queda con una figura de Cristo casi desvanecida entre los símbolos. Por cuenta propia cito traduciendo un pasaje ilustrativo de su libro: «Todas las expresiones sobre la filiación divina, la preexistencia, la mediación creadora, la encarnación, revestidas de formas m itológicas o me dio m itológicas de la época, no pretenden en último término ni más ni menos que este único ob jetivo: fundamentar la singularidad, la originalidad, la insuperabilidad de la llamada, de la oferta , de la p reten sión que se hizo perceptible en y con Jesús, y que últi mamente no es de origen humano sino divino y, por ello, con absoluta garantía, afecta incondicionalmente a los hombres» ( Christ sein , p. 440). Para Mondin, Küng falla por la base al enfocar el hecho cris tiano desde postulados que son incompatibles con la fe cristiana: un racionalismo para el que la verdad es solamente lo científica mente controlable y demostrable, sin lugar para valores com o el amor, el dolor, la esperanza, etc.; la decisión de la fe se reduce a una adhesión ciega a un ser desconocido. Sus prejuicios ilumi- nistas, su esquema hermenéutico de distinción entre forma y con tenido, todo le lleva a condensar lo nuclear del cristianismo en una descarnada in ten ción tra scend en te que nadie sabe cóm o entronca en las formas históricas, por supuesto no vinculadas ni vincu lantes. No es de estas notas entrar por propia iniciativa en un análisis de la cristología de Küng. Su libro aludido es una demostración de lo arriesgado y responsable de la labor teológica. No está todo en saber muchas cosas. Lo mismo que no se puede «domesticar a Dios» poniéndolo al servicio y altura de nuestros planes perso nales, tampoco es correcta la domesticación de los datos cristianos en función de categorías «a priori» que, aunque disimulen con
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