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UN BALAN CE P O S C O N C IL IA R 2 99 que romper la máscara petrificada que oculta y paraliza el men saje cristiano, sacándolo a la luz de la mentalidad y filosofía ac tual, para que el mundo pueda contemplar revitalizada la figura inmarcesible de Cristo. El conferenciante se refirió de modo especial a dos teólogos com o protagonistas del esfuerzo por entender a Jesucristo en «clave secular»: P. Schoonenberg y H. Küng. El primero comienza por poner en entredicho la validez de in terpretación dogmática del concilio de Calcedonia respecto del ser de Jesucristo. Se cayó entonces, según él, en una cosificación que, aparte de su inadecuación filosófica, reduce a un plano está tico lo que es, ante todo, una función dinámica en la historia de la salvación. Habría, pues, que renunciar a esa imagen tradicio nal de «una persona divina en dos naturalezas» y centrarse en el dato incontestable de la situación humana secularizada. Las con clusiones que Schoonenberg aventura, no pueden resultar más di sonantes, al menos si se las cita al desnudo: Cristo habría de ser persona humana, si no se quiere que su ser humano se diluya en la nada; y la humana sería la única persona en Cristo. La ori ginalidad de Jesús se debería a una particular forma de trascen dencia por la que Dios estaría presente en El de modo especia- lísimo, influyendo en todo su ser, convirtiéndolo en salvador. Por su parte H. Küng orienta su reciente y llamativo libro «Christ sein» desde una concepción personal de la orismología. Quiere servir con sus explicaciones a las instancias del hombre de nuestro tiempo: práctico, racionalista, secularizado. Küng es cer tero al denunciar el fracaso de los proyectos ateos por hallar un sentido consistente a la vida humana. Estigmatiza al marxismo co mo provocador de males irreparables en la humanidad. Muestra cóm o es imprescindible la decisión por Dios para apuntalar la exis tencia en un futuro esperanzador y sosegante. Y ese Dios, a quien — según él— no se puede detectar con la metafísica, que es testi moniado por las diversas religiones, se nos ofrece de modo sin gular en Cristo. Küng busca al Jesús histórico, sin añadiduras, ras treando afanosamente entre los andamiajes variopintos de la exé- gesis. Y se encuentra con un ciudadano hebreo, que participa acti vamente en el destino histórico de su pueblo, proclamando de un m odo singular, revolucionario — pero más allá de todas las formas clásicas o modernas de entender la revolución— las relaciones de los hombres con Dios. En su obrar y en su decir aparece com o representante y abogado de un Dios que es amigo de la humani dad, rompiendo esquemas y condicionam ientos cúlticos o sociales.
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