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UN BALAN CE P O S C O N C IL IA R 297 sarniento sobre la situación de la Iglesia. Después de certificar el carácter absolutamente positivo del Concilio subraya su pro­ yección de com prom iso para todos los fieles: «El Concilio no ha venido a inaugurar un período de incertidumbre dogmática y moral, de indiferencia, de superficial irenismo religioso, de rela­ jación organizativa; al contrario, ha querido iniciar un período de mayor fervor, de mayor coherencia comunitaria, de mayor pro­ fundidad cultural, de mayor fidelidad al Evangelio, de mayor ca­ ridad pastoral, de mayor espiritualidad eclesial». Y ha sido infa­ tigable en su vela por mantener esa coherencia y equilibrio. «No se puede proceder a la buena de Dios, cada uno por su propia cuenta, aferrándose a las costumbres del pasado com o si fueran tradiciones intangibles o apelando al concilio com o si su autoridad sirviese para respaldar toda arbitraria novedad». Pablo VI ha lamentado sin paliativos el fenómeno n o civo de la contestación. Y el día 16 de ju lio de 1975 se vio forzado a cla­ mar con angustia: «¡B asta con la disensión dentro de la Iglesia en nombre del pluralismo! ». También ha reconocido con honra­ dez el problema acuciante de las vocaciones, la falta de maestros para la generación del concilio, el hundimiento progresivo de los seminarios, y que todo es por la irresponsabilidad de tantos que se han puesto a jugar con ideas terriblemente infecundas dejando de lado las extraordinarias enseñanzas del Concilio. Tampoco ha dejado de poner el dedo en la llaga respecto de la crisis en la vida religiosa: «La audacia de algunas transformaciones arbitra­ rias, una exagerada desconfianza del pasado..., una mentalidad de­ masiado preocupada por conformarse precipitadamente de acuer­ do con las profundas transformaciones que agitan nuestro tiempo, han pod ido inducir a algunos a considerar caducas las formas es­ pecíficas de la vida religiosa». Por encima de todo esto el Papa quiex'e ser optimista: «El bien y la esperanza prevalecen ampliamente sobre los aspectos nega­ tivos». Sería una ligereza interpretar estas manifestaciones com o las que hacen hasta el último momento los capitanes derrotados. Porque ve que se va hacia adelante, Pablo VI no ha dejado de seguir orientando: La Iglesia lleva un ritmo de renovación con el que hay que sintonizar: con discernimiento, distinguiendo en­ tre lo que ha d icho el con cilio y lo que se d ijo en el concilio, siguiendo las directrices de la jerarquía, a nivel personal y comu­ nitario. Nos hace falta temple renovador. Pero «no hay auténtica renovación eclesial sin la renovación interior, sin obediencia, sin cruz». «Lo que necesita hoy la Iglesia, para renovarse de verdad,

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