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296 BERN ARD INO G. DE ARM ELLADA sialis’ en la reflexión de lo s sín od o s de lo s o b isp o s » . Ambos temas — el primero más singularizado y el segundo más proyectado al fundamento del ser eclesial— aportaron una enriquecedora hon dura espiritual al ambiente de la semana. La dinámica de los valores cristianos hacia una realización que también tiene futuro en este mundo, es destructiva cuando se hace exclusivismo fanático. La vivencia en un grupo más re ducido ha de ser integradora en la plenitud eclesial, que, com o horizonte ineludible, se hace norma luminosa para la natural ten dencia del hombre a sentirse polarizado en una dirección que sea válida para todos y que ha de definirse desde fuera del subje tivismo. La comunión eclesial no es una reducción forzada de las po sibles tensiones. Es la superación salvadora de las mismas en el amor de Cristo, en el claro y humilde tenerse y actuar «com o par- tfe», que ha de enriquecer y ser enriquecida. Este maravilloso ideal, para no quedarse incomunicado de nuestras acongojantes concre- teces de cada día, ha de encarnarse en el constante y progresivo interés de todos los miembros de la comunidad y, particularmente, en la solicitud y entrega pastoral del obispo, cuya preeminencia no ha de considerarse com o acaparación de ministerios, sino más bien com o carisma de la unidad y de la síntesis. Una aplicación que hizo el ponente merece ser citada a la letra: «Cuando se ha tomado una decisión en el plano de lo opinable, la com u n ión pas toral no obliga a renunciar al prop io punto de vista; sin embargo, con miras al bien común, para no crear confusión, malestar y hasta escándalo, para no provocar desgarros dolorosos, dicha de cisión obliga a evitar toda actitud y proceder contradictorios y a comportarse en la práctica com o ha sido decretado por el supe rior. Una actitud distinta sería índice de insubordinación y de falta de fraternidad y ciertamente dañaría a la unidad eclesial». La vida cristiana en convivencia tendrá, pues, el enriquecedor contraste de la institución al servicio del carisma y de la variedad de matices en la tensión hacia la única verdad consumadora. 5. El posconcilio tiene una figura primerísima: Pablo VI. C. Calderón , encargado de la edición en lengua española de «L ’Os- servatore Romano», habló de él con mucho afecto y documentó bien la firmeza de su aprecio. Dos fueron sus charlas: « C risis , realidades y esperanzas de la Iglesia poscon cilia r: análisis a la luz clel p en sam ien to de Pablo V I » y «La renovación conciliar según las o rien ta cion es doctrina les y pa stora les del Papa». E l 2 3 d e d i c i e m b r e d e 1 9 6 5 P a b l o V I h a b í a e x p r e s a d o s u p e n -
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