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LA ENTRADA DE JESUS EN JERICO (MC. 10. 46) 255 Queda un último texto que merece una breve consideración. Se trata de Act. 17. 7, donde los judíos que arrastran a Jasón y algu­ nos «hermanos» ante las autoridades de la ciudad los acusan de actuar «contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús » (¡juO'.Xáa ¡rr,pov Xsfovre; e’.vat lr¡ jQ'jv). Podemos hacernos la pregunta de si los acusadores se refieren al Jesús exaltado o al te­ rreno. En el primer caso el objeto de la acusación sería prevenir a las autoridades contra el culto cristiano a «Jesús-Rey» m, como opuesto al del emperador, el único que estaría permitido por las leyes del Imperio. Pero esto último no es exacto, ya que los roma­ nos aceptaban por entonces otros cultos en las regiones domina­ das, y por otra parte no es fácilmente admisible que los judíos de­ fendieran el culto al emperador, aunque fuese para oponerse al culto cristiano. Ahora bien, tampoco parece lógico que los acusadores se refirie­ ran al Jesús terreno, pues tenían que saber que había sido ejecu­ tado años atrás por Pilato y que no podía constituir por lo tanto peligro alguno para el Estado Romano. De hecho los acusados son puestos inmediatamente en libertad mediante el pago de una fian­ za (v. 9). Sea lo que fuere de este problema " 2, lo único que nos interesa es que el autor de Act. se hace eco también de la realeza de Jesús, a través de una acusación contra los cristianos de Tesa- lónica, que, es interesante subrayarlo, parte de los judíos, los mis­ mos que según los evangelios acusaron a Jesús ante Pilato de cons­ pirar contra el estado romano. En resumen. Creemos que la fama extendida entre los judíos y las autoridades romanas, de que Jesús había pretendido o al me­ nos aceptado la realeza mesiánica sobre el pueblo judío, tiene fun­ damento histórico, que lógicamente hay que buscar en las concen­ traciones populares alrededor de Jesús en sus correrías por Pales­ tina. Entre estas ocasiones puede muy bien incluirse la entrada de Jesús en Jericó, en la cual, si bien los evangelistas no nos dicen expresamente que Jesús fuera aclamado como «rey», encontramos una exclamación en la boca del ciego que tiene un evidente alcance mesiánico, que se confirma por otros indicios del mismo pasaje y por diversos relatos que nos han transmitido los sinópticos y Juan. 111. « faaú.i'K heisst der röm ische Kaiser: Joh 19. 12; 1 Petr 2, 13. 17; 1 Clem 61. 1...» (É. H a en ch en , Die Apostelgeschichte, Götingen 1968, 446). 112. Haenchen (o. c., 448) afirma que los cristianos son acusados de alta trai­ ción: «statt des ¡Üaai/.e&; in Rom lassen sie nur den ¡¡aot>.eo'!>; IraoO; gelten!».

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