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246 ANGEL RODENAS na Salomé de ejecutar a todos ellos después de su muerte 80, dis­ posición que aquélla no cumplió. Si el hecho es histórico, tampoco es difícil imaginar la impresión que produciría no sólo en las fa­ milias afectadas, sino incluso entre el pueblo, que había soportado un largo reinado de crueldad y despotismo 8I. Durante el gobierno de Arquelao tuvo éste que ver con Jericó, como no podía ser menos, dada la importancia de la ciudad, tal vez la segunda de su etnarquía. Flavio Josefo nos ofrece el dato de no haber accedido Arquelao a que el pueblo le ciñera la diadema en Jericó 82, hasta tanto que el testamento de su padre no fuera con­ firmado por el César. Las cosas sin embargo se complicaron muy pronto y empezaron las revueltas en Jerusalén. Hallándose Arque­ lao en Roma para defender sus derechos ante el emperador, estalló en Jerusalén una nueva revuelta provocada por la rapacidad de Sabino procurador de Siria83. Según refiere el historiador en la fiesta de Pentecostés se reunió en Jerusalén «una multitud inmen­ sa tanto de Judea como de Idumea, tanto de Jericó como de la Perea en Transjordania, pero por su número y ardor prevalecía la población genuina de la misma Judea; se dividieron en tres di­ visiones, acampando en tres puntos, al norte del Templo, al sur hacia el hipódromo y la tercera formación hacia el palacio real, a occidente. Así, habiendo tomado posiciones todo alrededor te­ nían cercados a los romanos» M. Es interesante notar que, además de Judea y Jericó, se citan otras dos regiones geográficas como punto de origen de los que acudieron a asediar Jerusalén, las cua­ les figuran en los itinerarios de Jesús según los evangelios: I d u m e a (cf. Me. 3. 8) y P e r e a en la Transjordania («la región allá del Jor­ dán»)85, de donde vienen a escuchar a Jesús grandes multitudes (cf. Mt. 4. 25; Me. 3. 8). Este dato tiene interés en orden a recons­ 80. Guerra, I, 33, 659 s.; acerca de la historicidad de este p a saje, cf. G. Ric- c i o t t i , o. c., ad. locum. 81. Del relato de Jo se fo acerca de la pública lectura del testam ento de H erodes y de los m agníficos fu n erales celebrados en su honor se saca m ás bien la im pre­ sión de que el pueblo no se sum ó a esos actos p rotocolarios con excesivo entu­ siasm o; cf. Guerra, I, 33, 666-673. Lo cual con firm aría cuanto venim os diciendo. Como lo confirm a tam bién el reconocim iento, p o r parte de los soldados y la m ul­ titud, de A rquelao, cuya benevolencia suplican. Una vez m ás vem os al pueblo oprim ido y explotado, que aún con fía en que el próxim o gobernante que le toca en suerte no sea al m enos peor que el anterior. 82. Guerra, II, 1, 3. 83. Guerra, II, 3, 41 ss. 84. Guerra, ibidem, 43-44. 85. Perea es la parte de la T ran sjo rd an ia que pertenecía a la tetrarq u ía de H erodes Antipas. Flavio Jo se fo la nom bra con el térm ino técnico (ílspÉal; el Nuevo Testam ento en cam bio prefiere el térm ino genérico icápav to D ’ IooSávou (M t. 4. 15. 25; 19. 1; Me. 3. 8; 10. 1; Jn . 1. 28; 3. 26; 10. 40).

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