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LA ENTRADA DE JESUS EN JF.RICO (MC. 10. 46) 245 Jericó (probablemente el año 34 a. C.), con lo que la ciudad pasó a manos de un nuevo y despótico dueño. Poco después recuperó Herodes Jericó con sus territorios, comprometiéndose a pagar a Cleopatra una fuerte suma cada año 75. No debe pasarse por alto la actividad constructora de Herodes, quien precisamente en Jeri­ có dio pruebas de su magnificencia 76. Pero es indudable que irritó no poco a la población judía el hecho de que el rey levantara mo­ numentos para honrar seguramente al emperador77. Jericó sin embargo no fue sólo escenario de la esplendidez de Herodes, sino que tuvo que ver asimismo con alguno de los horren­ dos crímenes que mancharon su reinado. Allí efectivamente mandó ahogar Herodes en una piscina a Jonatán o Aristóbulo, hermano de su esposa Mariamme, a quien correspondía el Sumo Sacerdocio como descendiente directo legítimo de los asmoneos. Este nombra­ miento fue precisamente lo que hizo que el joven príncipe cayera en desgracia del rey su cuñado, ya que Herodes no pudo soportar el triunfal recibimiento que dispensó el pueblo al Sumo Sacerdote, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos del año 35 a. C. Sea que la muerte haya sucedido como lo relata Josefo en la G u e r r a™ , o como lo narra en las A n t i g ü e d a d e s 79, lo cierto es que se trató de un crimen político que no pudo menos de llegar a oídos del pueblo y producir en él la reacción consiguiente, por más que ésta, debido a las circunstancias, tuviera que quedar interiormente reprimida en espera de mejor ocasión para manifestarse. Ya en la época del Nuevo Testamento, después del nacimiento de Jesús, tuvo que ver nuevamente Herodes con Jericó, pues fue en la ciudad de las palmeras donde murió el tirano (4 a. C.), des­ pués de haber llegado allá completamente deshauciado de los ba­ ños de Calliroe. En este momento decisivo relata Josefo el último gesto de la crueldad de Herodes, quien mandó encerrar en el hipó­ dromo a los principales nobles de Judea, dando orden a su herma­ 75. Guerra, I, 18, 361 s. 76. Guerra, I, 2 1, 407, 417. 77. La expresión «m onum entos cesáreos» (xaiaúpua), que se lee en la Guerra, I, 21, 407, puede referirse a sim ples estatu as de Augusto, pero tam bién puede indi­ c a r tem plos m ás o menos grandes. En fa vo r de esta segunda suposición está el dato de que Jo se fo m enciona antes la edificación de templos, de los que H erodes habría llenado el propio territorio. R iccio tti (en nota, acl locum) sospecha que este dato proviene no de N icolás de D am asco, comoes costum bre, sino de alguna fuen­ te hostil, tal vez fa risea, por su empeño enp resen tar aH erodes com o d ifu so r de la ido latría rom ana, no sólo en el propio territo rio , sino incluso fu era de él. 78. Guerra, I, 22, 437. 79. Antigüedades, X V , 53 ss. Parece m ás verosím il esta narración , porque según ella era posible gu ard ar m ejo r las ap arien cias de un accidente fortuito.

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