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244 ANGEL RODENAS petó a los prisioneros que hizo en las alturas cercanas, no proce dieron del mismo modo sus aliados romanos, quienes se dedicaron a saquear las casas abandonadas, bien provistas de todo cuanto podían apetecer los soldados. Herodes dejó una guarnición en Je- ricó y se retiró por el momento con los romanos 70. Es fácil imagi nar que la fechoría de la soldadesca extranjera, apoyada o consen tida al menos por Herodes, no dejaría muy buen recuerdo entre los habitantes de Jericó. La situación no mejoró en los años siguientes, antes bien cuan do hacia la mitad del 38 antes de Cristo José, hermano de Herodes, se dirige a Jericó con cinco cohortes para apoderarse del grano recogido en la última cosecha, fue derrotado y muerto por los ene migos, «apostados arriba en los montes y en los pasos peligrosos»71. De hecho la carretera de Jerusalén a Jericó discurre casi toda entre gargantas montañosas y pasos peligrosos, donde podían apostarse con ventaja los guerrilleros. Por lo mismo es significativo que cuan do poco después Herodes continúa personalmente la campaña para la conquista de Judea y llega a Jericó con intención de vengarse de los asesinos de su hermano, al salir temprano de la ciudad, «cerca de tres mil enemigos, bajando de los montes, hostigaron la van guardia; pero, no teniendo valor suficiente para trabar batalla de cerca con los romanos, les disparaban desde lejos piedras y flechas hasta el punto de herir a varios de ellos entre los que se contó el mismo Herodes que, mientras cabalgaba a lo largo de la línea, fue herido en el costado por una flecha»72. Cuando Josefo nos cuenta líneas más abajo que a Herodes, que proseguía su campaña hacia Jerusalén, se le unían combatientes también de Jericó, es intere sante la observación que hace el historiador judío acerca de los móviles que los inducían a unirse a Herodes: por encima de otras razones «la mayoría iba empujada por el de s eo i r r a c i o n a l de cam bio» 7}. Estas palabras dejan adivinar la situación desesperada de un pueblo que llevaba tanto tiempo sometido al yugo de sucesivos dominadores extranjeros, y hervía en ansias de alcanzar la liber tad74. Otra prueba de lo mismo la tenemos en el gesto de M. Anto nio que «regaló» a Cleopatra, entre otras ciudades de Palestina, 70. Guerra, I, 15, 299 ss. 7 1. Guerra, I, 17, 323 s. 72. Guerra, I, 17, 332. 73. Guerra, I, 17, 335. 74. En realidad, de una cita de E strab ó n , recogida en Antiquitates X V . 9. 10, se desprende que los ju d ío s eran m ás bien p artid ario s de Antígono. La actitud des preciativa y el ju icio sum ario de Jo se fo acerca del rey asm oneo están influidos seguram ento por N icolás de D am asco.
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