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210 GERMAN ZAMORA de su mismo convento tiene un exemplar harto notorio. Este es un religioso, que por estar ocupado en beneficio público (según se cree piadosamente), goza de renta eclesiástica, no asiste a coro, ni al confesonario, no hace una disciplina con la comunidad, no dice misa (de hora), tiene compañero asignado, vive independien­ te de sus prelados, y nada de esto, ni el presentarse frecuentemen­ te en el Paseo público del Prado, se debe oponer a la Regla, pues­ to que no lo reclama el celo del Provincial; pero es de su partido». Imaginamos a Caudete escudando en todos esos motivos el in­ sulto de «ateísta» que lanzara veladamente, com o hace el Patriarca con sus inculpaciones, contra Villalpando, a quien ninguno de los dos nombraba. Por si su razonamiento no era enteramente convincente, el Patriarca lo apuntalaba con amenazas, formulando su voto de que nunca más eligiera el Rey un predicador entre los Capuchinos, «si aun se insistiese en hacer frente» (com o yo sé que se proyecta)». La tensión, sin embargo, siguió adelante, porque las partes no cedían. Todavía en 1794 ordenaba el Patriarca al Superior de San Antonio que diera posesión de sus privilegios a los predicadores del Rey; convínose en ello, pero sólo «según la inteligencia que, atendido nuestro estado y piadosa mente del Rey, les dio el Re­ verendo Difinitorio». Los afectados entablaron nuevo recurso, re­ clamando se cumpliese a la letra «la multitud de exenciones que pedían». Pero el asunto trascendió a las demás Ordenes religiosas clericales de la capital, que se encontraban en parecida situación por idéntico motivo y, congregados sus prelados locales en San Felipe el Real, de los Agustinos, eligieron una com isión que repre­ sentase al Rey en nombre de todos ". La confianza que el Provincial depositaba en él debió produ­ cirle alguna animadversión de parte de sus compañeros de Defi- nitorio. La fisura en el grupo quedó al descubierto al trasluz del «asunto Caudete», en el cual tres de los Definidores militaban con­ tra el Provincial y Villalpando, según confesión de uno de ellos ya citado. Esa animadversión les impulsó a elevar una representación contra él en 1787, probablemente en los últimos meses del trienio común. Pretendían que se lo privara de toda voz en Capítulo. Mas, según el relator, era eso cabalmente lo que deseaba el mismo Padre Villalpando, «para estar libre de empleos en el convento, que le robaran el tiempo que necesitaba para el estudio, v así lo tenía 99. Viriclario..., 657.

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