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F. DE VILLALPANDO, PROTAGONISTA. 209 al compañero del mismo recaía sobre el convento, «no obstante la pensión que S. M. le tiene concedida». Mas quien experimentó verdadera contrariedad por la decisión de la Junta fue el Patriarca, el cual lanzó un ataque a fondo con­ tra los tres que consideraba responsables de ver desbaratados sus planes sobre preeminencias so pretexto de juzgarlas incompati­ bles con la Regla. Aunque reconocía alguna falta de moderación en su protegido, la excusaba com o provocada por la actitud de sus contrarios. To­ do se reducía, según él, a «una emulación y encono implacable del Provincial y Guardián contra el P. Caudete, declarada desde que el Rey se dignó hacerle la gracia de su predicador, en competencia con otro de su facción, que no la logró». El golpe más refinado, sin embargo, lo asestaba contra el ins­ pirador del Provincial, o al menos, contra aquel que era por mu­ chos visto com o tal: Francisco de Villalpando. Era fácil conver­ tirlo en blanco de una invectiva en aquel terreno. ¿Quién había acumulado una fortuna de privilegios comparable a la suya? Como de común acuerdo, las jerarquías supremas de su Orden y las de la nación los habían derramado sobre él a manos llenas, sin que, por otra parte, se hubieran demostrado hasta la fecha tan renta­ bles com o se esperaba, aunque no en todo por culpa suya. El Patriarca, que no había aceptado el rechazo de sus privi­ legios «por celo de la observancia de la Regla», argumentando que la Religión los admitía y que él los juzgaba necesarios, menos dispuesto a aceptarlo se encontraba arguyéndole desde el otro ex­ tremo del dilema (que en parte él mismo se había planteado), a saber, el de «la calidad o exorbitancia de los que gozan los pre­ dicadores del Rey». Pero aunque embistió ad h om in em , su ilación iba mermada de lógica, ya que no podían compararse las situa­ ciones de los unos y la del otro, ni lo que podía ser tolerable a m odo excepcional y puramente personal, com o era el «caso Vi­ llalpando», debía necesariamente fundar una solución común análoga. Quien dictaba, en el fondo, la arremetida del Prelado era, com o tantas veces es, el mismo espíritu que él denostaba en sus oposi­ tores, el de partido. Ese espíritu latía probablemente también en la insistencia con que el P. Caudete había consignado, siendo cro ­ nista, la reiterada proh ibición de la filosofía de Villalpando. Y estamos seguros que fue él en persona — Caudete— el instigador de una alusión tan pormenorizada a su contrario com o la que tra­ za el Patriarca, inverosímil en un observador que no viviera en la misma casa, pues dice, increpando al Provincial, que «dentro

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