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204 GERMAN ZAMORA achacaba a cuestión de h on o r y espíritu de partido el no quererse volver atrás en su causa el Definitorio, y les inculpaba de escan­ dalizar al Reino con su resistencia a las resoluciones del Tribunal Supremo de la nación. Bastante había, en efecto, de punto de honor, y jamás lo disi­ muló Fray Francisco, de cuya pluma brotaron con esa ocasión ditirambos a su honra dignos de un héroe calderoniano, com o cuando fieramente le escribe a Floridablanca: « ¡T o d o menos que esto! ». V. Ex. conoce que por la conciencia y por el honor se debe sacrificar todo » (29.9.85); «Y o no puedo prescindir de este género de asuntos, en que en el día interesa mi honor, a más del bien general, y buen gobierno del Cuerpo en que existo» (6.6.86); o a su Provincial, el primero de enero de 1787: «V. P. conoce mi carácter, y que estimo más mi honor que todos los empleos y grados del mundo». Mas aunque no p o co se debiera en aquella reacción al v iejo motivo de la honra, y lo prueban expresiones de otro tipo, com o las de «yo jamás podré sufrir la a fren ta de ser reconvenido», «in­ famarme en público Consejo», «a un hombre de mis circunstan­ cias», etc., y hay que hacerlo constar en descargo del reo y de su apologista, la medida contra el primero (y contra el segundo, que al comenzar el proceso, se hallaba desterrado del convento del Prado) había preced ido a esas expresiones, y había sido pro­ vocada por la irregular conducta de ambos. Creemos fundamentalmente sincero a Villalpando, cuando ape­ la, ante el Ministro de Estado, al «candor e integridad que me es genial, con que me lison jeo no haber jamás dado motivo ni oca­ sión a que ninguno desconfíe de cuanto yo afirmé: sujetándome en todo caso a que, desde que esto se verifique en la cosa más mínima, jamás se me vuelva a c r e e r » 95. Pues bien, en virtud de ese amor a la verdad, él atestiguaba que Briones «era notable­ mente indigno — de la lectoría— por sus malas cualidades y ex­ cesos, sin que aun éstos se compensasen en manera alguna con talento o mérito doctrinal»; y contra Pereda, que se trataba de «un ignorante de primer orden, díscolo, insolente y feroz». Quien así describía a los encausados confidencialmente para el Primer Ministro, mal podría disimular su enojo ante ellos mismos, sobre todo al ver que algunos m iembros del Consejo les daban la razón, con descrédito de la Orden y sus gobernantes. Por eso, y según refería Pereda a mediados de septiembre de 1786, hízole blanco 95. A H S , ib.

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