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F. DE VILLALPANDO, PROTAGONISTA. 201 planeamiento intervino «el Arquitecto Mayor de S. M., Mariscal de Campo D. Francisco Sabatini», buscándose para la ejecución el talento de muchos otros artistas nacionales y extranjeros. El sermón inaugural se confió al P. Francisco de Villalpando, el cual, uniendo motivos, glosó el tema de la ruina de la natura­ leza humana y su restauración en la Inmaculada con el de la ruina de aquella iglesia y su magnífica renovación, según el gusto de la época. Para Villalpando aquél era el día por excelencia: día de los españoles, «que con una magnificencia y gloria sin igual, y con una solemnidad sin exemplar en los anales de la nación» habían elegido por Patrona a la Virgen en aquel misterio, enca­ bezados por su rey; día de la Orden Franciscana y de los Capu­ chinos; y «día de esta religiosa comunidad, por el gozo de ver conclu ido y dedicado su altar, con el esplendor que aparece a la vista». El predicador aprovechaba el doble enfoque de su temática para dárselas no sólo de teólogo, sino de crítico de arte, y pane­ girista del que se hacía en su tiempo. El anterior edificio, cons­ truido en 1715, «a expensas de la devoción y piedad de los habita­ dores de Madrid de todas clases, gremios y condiciones», estaba trabajado «según el mal gusto del tiempo, que aparece y se des­ cubre en todas las obras coetáneas de la Corte», reduciéndose a una mole o máquina pesadísima, levantada según los cánones de una arquitectura desarreglada «y de capricho» — ¡p ob re barroco decadente!— . A ese Madrid de los últimos Austrias y primer Bor- bón, oponía él el que estaba surgiendo en aquellos mismos años, el Madrid de Carlos III, «reinado que sin recelo de exageración e hipérbole lo es de las ciencias y artes, de la solidez y buen gusto de unas y otras»; pero más que ninguna le admiraba el resurgir de la Arquitectura; él, testigo de los nuevos edificios que ornamentaban ya la capital (Puerta de Alcalá, Museo de Ciencias (hoy de Pinturas), Fuentes monumentales, etc.) no dudaba en afir­ mar que esas obras, «por la multitud, por la grandeza y suntuo­ sidad, por la delicadeza y primor, eternizarán su memoria». Debía constituir aquel altar mayor, efectivamente, una insigne obra de arte, en la línea de las enumeradas, com o dirigida por «uno de los más célebres arquitectos de la nación», y ejecutada por «los artistas y profesores más hábiles del Real Palacio». Tres eran, sin embargo, las ’joya s’ que en el mismo brillaban con luz propia: en la vuelta de la bóveda había «un excelente cuadro de la Encarnación, que con las Armas de la Orden y de nuestros Patronos a los lados, corona el altar».

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