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114 G. Z. y transparencia espiritual, con perfecta coherencia entre pensa miento y conducta». En el asunto, hoy tan traído y aventado, de si puede considerárselo com o segundo fundador de los Meno res, lo menos que puede decirse es que San Buenaventura «ejerció una influencia decisiva en el movimiento franciscano». Dos piezas claves a través de las cuales se canalizó esa influen cia fueron, en lo juríd ico, las C on stitu c ion e s de Narbona , y en lo h istórico-teológico la L egenda maiór. Anverso y reverso, expre siones de la tensión entre el derecho y la caridad, lo real y el ideal. O, si se prefiere una aproximación filosófica con teleobje tivo, las d o s fu en te s de la moral y de la religión... Tomás Larrañaga trazó, ciñéndose al dato histórito y al resul tado del análisis del texto, la génesis, contenido y posterioridad de las célebres Constituciones elaboradas ba jo el generalato de San Buenaventura y en las que transparecen bastantes rasgos de su prop io carácter. Apenas iniciado su gobierno, envía una circu lar a todos sus hermanos, delatando el decálogo de defectos pa tentes entre ellos: luego hallarán eco directo las advertencias con tenidas en la circular dentro de las Constituciones narbonenses. Constan éstas de un prólogo, escrito probablemente por el Santo, y de doce capítulos muy breves, entretejidos de ordenanzas y de terminaciones disciplinares. Aunque sufrieron después numerosas alteraciones, primero de alcance redaccional, y luego más a fon do, marcarían la pauta para las numerosas Constituciones que la Orden se dio después y que retendrían el sentido vertebral de aquéllas. Una de las decisiones, hoy menos fáciles de comprender, del Capítulo de Narbona fue la de abolir todas las «vidas» de San Francisco preexistentes y encomendar la com posición de una b io grafía oficial a Fray Buenaventura. Júzguese com o se prefiera esta expurgación de la primitiva bibliografía sanfranciscana, ella ori ginó la interpretación de la figura del santo por un hombre que veía la historia «a o jo de teólogo». San Buenaventura no es ori ginal en cuanto a los materiales que emplea — proceden de Ce- lano y Tomás de Espira— , pero sí lo es en cuanto a la selección de los mismos y, sobre todo, en cuanto a la óptica con que los mira. No es ésta la del simple historiador, pues no trata tanto de hacer historia, cuando de reconstruir la teología de la historia objetivada en una de sus grandes figuras. Le interesa demostrar que San Francisco fue la perfecta imitación de Cristo, la pantalla más clara de la Gracia — «Apparuit gratia D e i...»— , el Angel del séptimo sello, el pionero de una nueva época ... Francisco de Asís
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