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SOBRE LA GRACIA Y SU TEOLOGIA 67 eclesiásticos. Poco importaba que, de por sí y en la teología aca­ démica, no se dejase de hacer referencia a hechos tan cargados de comunicativa vitalidad, de indiscriminación y de optimismo, como los de la justificación, la inhabitación y la filiación adopti­ va. Permanecían indescifrables y ajenos al lenguaje inmediato de la predicación; resultaban intraducibies a las formas de vida do­ mésticas de las comunidades, al quedar polemizada la actitud fundamental por la resaca histórica del repliegue consentido. La gracia, pues, era entendida con una rara trasposición psicológica, como una especie de vida en conserva que se trataba de salva­ guardar de la intemperie exterior, rehuyendo las ocasiones y prac­ ticando un aislacionismo que era tenido por condición de santi­ dad. La gracia era una especie de capital o depósito acumulado que, diríamos, privilegiaba y distinguía a una como oligarquía de beneficiados espirituales. Esta materialización del sobrenatural presentaba unas conexiones curiosas con el cariz «comercial» con que en algún momento se concibió la administración del tesoro de méritos de Jesucristo, poseídos en depósito por la Iglesia. Se actuaba como si estuviese al alcance eclesial impartir y repartir la salvación, inconsiderando el hondo misterio de la reserva en que todos los juicios eclesiales quedan respecto de la voluntad de Dios. Y todavía podemos acercar a esta perspectiva, para encon­ trar su explicación, el moralismo típico, que hacía de la gracia un resultado inmediato del comportamiento externo. Se trataba en su más alto grado de lo que ha venido caracterizándose como mo­ ral de intención, puesto que se daba por sobreentendido que el desenvolvimento histórico se desplegaba de espaldas a la norma­ tiva cristiana. De este modo, toda la dimensión somática, social y cósmica de la existencia quedaban desenganchadas irremedia­ blemente del dinamismo salvífico. La resistencia en la permanencia, que era característica de la época, y la tendencia individualista a la que obligaba, condujo así mismo a una acentuación un tanto morbosa del proceso inti- mista con que se pensaba la gracia. Un cierto mundo subcons­ ciente de interrelaciones y de inspiraciones infusas suplió en no pocas ocasiones una religosidad de deficiente formación e hizo generar un amplio movimiento de fenómenos pseudomísticos. Con ello se abría aún más el bache de distanciamiento respecto del espíritu de las ciencias civiles, hasta llegar a concebirse en línea de una secreta animadversión, y aceptándose de hecho un estado de concurrencia entre las virtualidades milagrosas de la gracia y las posibilidades de las nuevas aplicaciones científicas. La puerta

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