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SOBRE LA GRACIA Y SU TEOLOGIA 89 toresca dd requerido y no compensado para todos los menesteres, por parte de los más pobres. La figura del, a veces, pieza fácil de chantaje para los prepotentes, del comodín en la estructura social para los políticos. Nada de esto quiere decir que deba entenderse su persona como la del iluso; el equívoco sólo estará en los que lo toman por tal, porque el candor es un riesgo y un desafío ante las tácticas y técnicas de acción, basadas en el cálculo de intereses, que los hombres se toman para construir su mundo. La candidez es la vínica actitud que, en último término, desarma y distiende de los embotamientos en los que se vara la convivencia y en que terminan las soluciones jurídicas de los conflictos. Para vergüenza del hom­ bre, la justicia es en estos casos sinónimo de arreglo, tregua, equi­ librio de fuerzas. Por aquí se puede encontrar, a mi entender, un apunte para su­ perar la actual dificultad que se resiente hoy en el ámbito religioso, a la hora de intentar discernir su identidad propia y su misión en nuestros días. Sobre todo como pista para buscar la superación de la catalización política en la que parece que, sin otra alterna­ tiva, se subsumen todos los valores fundamentales del sentido reli­ gioso, para aquellos que precisamente intentan vivirlo más autén­ ticamente. Nadie va a poner en duda hoy la suficientemente escla­ recida implicación política de la fe; pero la reducción y polariza­ ción unilateral en la que está absorbiendo la plenitud de la vida religiosa, es ciertamente alarmante y está disolviendo ya dimen­ siones de las que más tarde tendremos que lamentarnos. Pero esto es susceptible de un tratamiento más amplio que no nos corres­ ponde hacer aquí. Finalmente, el religioso es testigo de la gratitud y por eso es también hombre de culto, pues el culto no es otra cosa que una acción de gracias. Hemos de entender que el agradecido es quien sabe sacrificar su vida, desde el momento en que entiende que la razón cumplida de vivirla es aquélla en que sabe devolverse, entre­ garse como don en respuesta del don que se es. Lo que no cabe es oponer esta forma de comprensión de la vida a un criterio de uti­ lidad en que todo el tiempo queda interpretado por la función pro­ ductiva e industrial. Porque no se ve en qué esa función no pueda ser y de hecho sea también, devolución agradecida. Es más, sola­ mente así entendido, ese tiempo histórico se realizará en el sentido más acabadamente evolutivo, técnica y socialmente, que le pueda pertenecer. Pero solamente así se comprenderá también el come­ tido que tiene la caída y la reserva consciente que sabe asumirle con lucidez en esa determinación. Y nada de absurdo tiene enton

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