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88 GABRIEL FERRERAS hombres ni las cosas el prejuicio sistemático de la desconfianza, porque no estima ninguna situación contingente como absoluta, ni ninguna maledicencia como radicalmente perversa. ¿No se situará por aquí la, tan añorada en nuestro tiempo, singularidad del «homo religiosus»? Nuestro tiempo es particularmente escéptico, bien lo sabemos, sobre el hecho de si aun le cabe o no, ser y significar algo en él al religioso. Al hacer estas reflexiones sobre la gratitud de bida a la gratitud, nos encontramos con algo que está particular mente ausente de las motivaciones que inquietan a nuestros con temporáneos y que, a lo mejor por eso, puede resultar original re cordar y acaso esclarecedor. Nos estamos refiriendo al sentimiento del candor que nace de la actitud agradecida y de la religión de la gratitud. Es cierto que no es algo que abunde ya en la vida, pero todos hemos reconocido este carisma alguna vez en determinadas personas n. El candor nace de esa inefable actitud que no ve el mal, no porque no exista, sino porque todo lo disculpa y todo lo dispensa, asumiendo sin embargo para sí la tarea de estar tan sólo allí donde está el mal. Este sen timiento es lo totalmente opuesto a los propósitos en que se des envuelve la convivencia en nuestros días; escalofriantemente aje no a la pugna obsesionante e implacable de intereses que compo nen el juego de la vida. El religioso no es fundamentalmente el hombre del culto, sino el testigo de la gratitud que le obliga a vivir absorto en la bondad de los motivos de vivir, revalorizándolos así con su existencia ante los demás y siendo él primordialmente, la víctima que se cobran en su reflujo los interesados en el negocio sin escrúpulos de la vida 13. Normalmente compone esa figura pin 12. La figura del personaje central de la novela de G. Bernan'OS, Diario de un Cura Rural, expresa magníficamente el tipo de persona al que queremos referirnos. En realidad, toda la novela despeja un carisma profètico y poético descubierto en lo prosaico y en lo agrio de la vida, pocas veces alcanzado en la literatura de te mas religiosos. 13. Algo parecido a lo que queremos decir, se manifiesta en estas reflexiones de Mounier, que nos permitimos traducir con una cierta libertad: «La fuerza viva del espíritu personal no es ni la reivindicación — individualismo burgués— , ni la lucha a muerte — existencialismo— , sino la generosidad de la gratuidad; es decir, el don de sí sin esperanza de correspondencia. La economía de la persona es una econo mía de la donación, no de la compensación o del cálculo. La generosidad disuelve la opacidad y anula la soledad del sujeto, incluso cuando no recibe respuesta. Con tra la sangre fría de los instintos, los intereses o los razonamientos, esta actitud es ciertamente desconcertante. Desarma el rechazo, ofreciendo al otro un valor eminentemente apreciable, en el momento en que sólo cabía esperar una repulsa, como un objeto indócil, y en este sentido le capta contagiosamente. De ahí el valor liberador del perdón, de la confianza... Desesperar de alguien es desesperarle. El crédito de la confianza es, por el contrario, fecundo hasta el infinito». Cf. E. Mou nier, Oeuvres, t. III, 457, 464, 495.
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