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SOBRE LA GRACIA Y SU TEOLOGIA 61 El concepto cristiano de gracia se ve arrastrado en este des­ encanto de la vieja religión, aun cuando también pudiera decirse que sólo por condescendencia se mantiene en el interior de la misma «resistencia» religiosa. La significación de su concepto se ve vaciada en una religión que ha perdido la soberanía del sub­ consciente de las multitudes y de la cultura; ha perdido el «duen­ de» de un mundo interior poblado en otro tiempo de vitalidad y que era como la tramoya de la escenografía pública, secreto ínti­ mo de los aconteceres dispares e inconexos de la vida. En aquella religión la fe estaba despierta hacia dentro; el mundo interior era un mundo físico; la gracia significaba una magnitud operante, inefable e infalible, que teledirigía el juego de peones de la vida, sembrando un cierto desconcierto entre las conexiones científicas, aún no reconocidas en su mayoría de edad por el gran público. Vaciada de esta significación, de la gracia nos queda una palabra huera que no sabemos muy bien dónde colocar ni a qué referir. Por suerte su destino está tan estrechamente ligado al de la reli­ gión misma, que en su precoz declive puede devolvernos todos los benéficos resultados de lo que pueda ser un sondeo por el maña­ na de la religión. Sin duda alguna, las dificultades que inciden sobre la gracia forman parte del problema general del lenguaje teológico, esto es, acusan el desplazamiento de la plataforma cultural que desde unas categorías fixistas está reemplazándose por unas categorías dinámicas y evolucionistas. En en este sentido no es un problema tan típico. Pero el problema del lenguaje remite siempre a otros niveles más profundos de naturaleza histórica y que, en este caso, nos evocan la realidad eclesial misma. Si es cierto que su estruc­ tura tiene el tiempo de vida con que su poderosa institución le permite desafiar los tiempos adversos del presente, es la misma Iglesia entonces quien es una abstracción social, un lenguaje con­ vencional y desfasado. El lenguaje, todos lo sabemos, en su recur­ so dialéctico dispone de la posibilidad de nombrar la indigencia como grandeza o la desgracia como suerte, aunque ni la indigen­ cia ni la desgracia tengan, según los casos, algo que ver con lo que estos valores significan en el evangelio. Nunca faltarán los profetas, pero nadie puede ignorar que la actitud mercenaria es una actitud común, mientras que la profètica es excepcional, por supuesto que también en la vida de la Iglesia. Pues bien, esta pregunta radical por el futuro de la teología es una pregunta por el futuro de la Iglesia, y en este sentido la teología más en condi

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