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86 GABRIEL FERRERAS mulado así, el axioma teológico evoca otra inteligencia y se ofrece mejor a la apreciación de la carga existencial con que enriquece el acaecer salvífico. Si el término gracia no es arbitrario, posee sus raíces bíblicas, es porque tiene algo de fundamental que decir, algo con lo que dis­ tingue el gesto divino. El gesto divino no puede no ser gratuito y en este sentido, la gratuidad es un atributo inseparable que distin­ gue la divinidad. Es más, sólo el gesto divino es totalmente gra­ tuito de una manera radical que agota la significación del término. Antes de la benevolencia divina el hombre no era nada y sin esta dimensión divina nunca hubiera existido. Es por lo tanto la tota­ lidad de la existencia mundana la que es un puro fenómeno de la gracia de Dios. El hombre es gratis. Nada puede otorgar a cambio de su existencia. El no la ha podido pedir, ni tampoco puede fun­ damentalmente rechazarla. Esto es lo que hace que no podamos nosotros diferenciar, como respondiendo a dos motivaciones, el ges­ to creador y el redentivo de Dios. Ambos quedan absorbidos por la razón únicamente válida de la condescendencia gratuita y por la unicidad indivisible que ésta da al obrar de Dios en la historia. Pero vengamos a lo antes señalado. La existencia recibida como gracia sólo puede experimentarse como gozo, y el sentimiento na­ tural, espontáneo e indesarraigable de todo ser viviente, es el de amar visceralmente su vida, protegerla e impartirla. Sólo un acci­ dente psicológico o fisiológico puede invertir este orden inscrito en la existencia. Y si el desenvolvimiento de la vida la expone inevi­ tablemente en circunstancias de aborrecimiento o de rehúso, es tan sólo como consecuencia de la alternativa que hace posible el ejer­ cicio de la libertad y que tiene como finalidad promover la recipro­ cidad del agradecimiento. De todos modos el hecho de la libertad es suficientemente serio como para que la gratuidad del gesto crea­ dor y salvador de Dios, permanezca en una deseada penumbra y la referencia a su autor se mantenga bajo la reserva de la aparen­ temente incierta naturalidad del vivir. La gratuidad se ha encar­ nado ya desde el momento de la creación. Pero es necesario no dejar pasar por alto esta correlación estrecha que existe entre en­ carnación y gratuidad del gesto divino; en realidad la encarnación no es sino la expresión consecuente de aquella voluntad. La más acabada expresión de esta generosidad se lleva a cabo en unas con­ diciones de discreción en que el mismo dador se deja olvidar y borra tras sí las huellas de su buen hacer. Esta es la razón de que no esté a nuestro alcance evidenciar que el sentido y raíz último de nuestra existencia es la gratuidad de alguien. Siempre nos en

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