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80 GABRIEL FERRERAS única que hace camino aparte; el fenómeno resulta menos llama­ tivo y más ambiguo porque envuelve un poco la amplia gama de filosofías subjetivas, como se sabe, tan en críticos momentos hoy. La teología posee aún otro motivo de explicación, aunque no se disculpa. Por desgastado que esté el método científico que profesa, ha dispuesto de una excelente técnica científica derivada de la aca­ démica escolástica. Aun hoy es temida por muchos científicos la rigurosidad implacable de los «clérigos» de formación clásica8. Esta técnica dialéctica le ha hecho afrontar con una cierta sensación de seguridad, las distintas ventoleras culturales de nuestro tiempo, pero lastimosamente también, les ha hecho perder el sentido de la mutabilidad y diversidad a la que se ha venido abriendo la tradi­ ción científica. Un refinamiento de esta actitud forma parte de los componentes que mantenían anclada la teología en un sutil cleri­ calismo. Neoclericalismo más bien, porque es cierto que ya no se recurría a la antigua preponderancia de lo eclesiástico, ni a la vieja carga de impresión de lo religioso — pretensiones por lo demás inútiles— , pero se encontraba en esta fortaleza dialéctica la forma de afirmar un prestigio perdido por otros conceptos. La teología se cerraba así sobre sí misma, inmovilizada en la servilidad incondi­ cional a un único método, que terminaba confundiéndose con la identidad científico-religiosa. No estamos, sin embargo, hablando de la historia. Los mejores entusiasmos de los teólogos actuales — en nuestro país al menos— no alcanzan resultados positivos, al seguir queriendo creer, casi desesperadamente, en la validez de su quehacer para nuestros días. Este empeño sólo se puede mantener a base de sublimaciones. No hemos salido aún del tiempo en que el lenguaje teológico intenta acomodarse a la vida mediante la tras­ posición de la escolástica en metáfora. Incluso sociológicamente, la estructura eclesial no está tomando del siglo xx en que vive, sino la metáfora: ella sigue perteneciendo a otro siglo. La obsesión de la adaptación, la acomodación puramente externa de vestidos y cos- 8. Cualquiera que haya seguido la vida universitaria salmantina en los últimos años, no dejará de recordar una curiosa polémica que se vino haciendo tradicional en la ciudad, entre algunos discípulos de Ortega (Aranguren y Julián Marías entre otros) y algunos teólogos del célebre convento de San Esteban. Todo comenzó con el libro del P. Ramírez, sobre la filosofía de Ortega y Gasset. Desde el punto de vista del interés científico, poco o nada útil se ha venido a sacar de ella; más bien ha dejado la penosa impresión de tratarse de un diálogo de sordos, tan distintos y ajenos entre sí eran los lenguajes de una y otra parte. Lo llamativo, sin embargo, ha sido el que una filosofía, articulada en las más clásicas categorías tomistas, afrontaba sin aparente contrariedad —y en algún sentido con dominio de la situa­ ción— otra, la orteguiana, de corte historicista, con raíces en M. Weber, Dilthey y, últimamente quizá, en Hegel.

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