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SOBRE LA GRACIA Y SU TEOLOGIA 79 La teología, absorta en la metáfora de la vida Cualquier intento que quiera ser eficaz y honesto, mientras se propone encontrar la salida adecuada a estas dificultades, debe par­ tir, pues, del supuesto de que este propósito no se puede llevar a cabo por métodos de convicción dialéctica. La refutación argu- mental está de sobra, porque sencillamente, como acabamos de ver, no hay interlocutor que se moleste en prestarle atención y en re­ plicarle. Quizá haya quien se rebele contra esta descalificación rá­ pida y en principio sumaria del quehacer teológico de nuestros días. Permítasenos, sin embargo, mantenemos en este nivel genéri­ co por la utilidad que posee para advertir el también mal general. Genéricamente creemos que en sus últimas disposiciones la teología no ha depuesto sus raíces clericalistas, hecho que podría explicar la desalentadora incapacidad en que parece sumirse cada vez que intenta romper esta condicionalidad que le hace salir rebotada cuando se acerca a la vida. Nos parece observar así mismo que la teología permanece obediente a un viejo orden científico que ha configurado y tipificado la disposición mental de quienes asumen esta tarea, monopolizada casi exclusivamente por los eclesiásticos. En la criteriología griega los principios iban aporéticamente por delante; la vida se interpretaba filtrándola a su través. Este siste­ ma, puesto de moda en todos los grandes momentos de la historia pensante de la Iglesia, cauterizó su forma de pensar y marcó en gran parte la cultura occidental. Pero no marcó solamente el pro­ ceder científico; determinó también el comportamiento moral y fraguó de rechazo un concepto de fidelidad y de autoridad cientí­ fica, vuelto hacia la aporía dogmática y basado en la evidencia de 13 consecuente, de lo derivable. La inmunidad del principio insen­ sibilizaba de este modo la subjetividad al paso del tiempo y respec­ to de la metamorfosis continua de lo empírico. Este concepto «con- secuenciable» de saber, ha sido abandonado ya por las modernas ciencias. En ellas nada hay fijo ni predeterminado; todo lo adqui­ rido queda inscrito en un proceso indefinidamente contingente en el que los antiguos enunciados se ven revalidados, desmentidos o superados continuamente. Esta evolución presupone un concepto de verdad más relativo que el clásico y que la teología no se ha planteado todavía, debido quizá a la ambigüedad de su método, a caballo entre una revela­ ción y la razón. El caso es que se perpetúa en aquella obediencia científica con un algo de pundonor, de desafío al tiempo, y otro algo de voluntaria diferencia. También es verdad que no es ella la

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