PS_NyG_1975v022n001p0059_0090

BO GABRIEL FERRERAS I La gracia sin relig ión Es evidente que si se parte de la aceptación de que unas cate­ gorías teológicas están, de hecho, periclitadas, nos ponemos en una línea en la que se supera el mismo concepto de renovación. Por esta razón es por lo que creemos que el problema de la gracia tiene otras repercusiones más hondas que se inscriben en la mis­ ma alternativa por la que pasa la religión. Ciertamente es hacia este punto adonde queremos dirigir la atención de estas someras reflexiones. La gracia es un concepto que se define en un modelo de religión. No nos parece por ello que podemos separar las ob­ servaciones sobre una de la otra, y por eso mismo tenemos interés en ver la repercusión mutua que debe originarse al desempolvar­ las en un presente algo olvidadizo para con ellas. La época de la religión está pasando juntamente con la edad metafísica. El desencanto secular ha sido el último fenómeno en el que se percibe lúcidamente este proceso en declive. Sin em­ bargo, el fenómeno secular es, cuando más, un fenómeno que co­ mo hecho literario ya llega con retraso. De momento no significa sino el postrer entretenimiento de las dialécticas teológicas. Un tanto incierto como intento, porque si bien parece representar un despertar de la marchita originalidad teológica, lo hace sobre los detribus de una religión desfondada de la que en realidad se sirve. La actitud con la que parece observarse esta — llamémosle— religión secular, por parte de las gentes de nuestros días, es tan lacónica o más como la que pueden reservar a la religión tradicio­ nal. El mundo parece volver las espaldas a lo religioso, esta vez con un aire de naturalidad que ni siquiera es displicente, y ni siquiera, diríamos, irreligioso. En efecto, no se dimite de una credulidad in­ formal, pero tampoco se experimenta la necesidad de referirla a ningún programa de religiosidad confesionalizada. Esta como infor­ malidad de la inquietud religiosa deja inerme y paralizado el celo de las iglesias; su función pública, más o menos renovada, no sus­ cita, por otra parte, credibilidad. Las personas que asumen la res­ ponsabilidad de los misnisterios religiosos presentan los síntomas de desidentificación más sobresaliente de la hitoria de las religio­ nes. La función se balancea entre un anticlericalismo neoclerical, una corriente de abandono hacia una ambigua religiosidad de lo profano, o el refugio en la politicidad de la fe, que fácilmente pier­ de la memoria de lo que, en definitiva, es lo más eficaz de la reli­ gión, su candor.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz