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SOBRE LA GRACIA Y SU TEOLOGIA 77 da entenderse por mentalidad cultural moderna. Sin embargo éste es un hecho tan real y tan manido, pero tan irresuelto en el fondo, que se queda en panacea indefinida y ambigua del gran vulgo. Al fin y al cabo, tal distorsión la podemos encontrar ya a mediados del siglo pasado, por no remontar demasiado lejos nuestra mirada. El caso es determinar más en su interior el hecho, descartando los tó picos. Lo que particularmente nos revela a nosotros el diagnóstico de la Muerte de Dios y lo que de él entendemos retirar como váli do, no es sólo ni genéricamente el que el lenguaje de las teologías esté distorsionado, sino el que está trucado; es decir, engaña. Ten go la impresión de que esta sospecha y esta reserva es la que en realidad existe en el ánimo de las gentes cuando se trata de discer nir su actitud ante las prédicas y doctrinas teológicas que caen a su alcance. Sin hacer mucho esfuerzo podemos recordarnos la secreta des confianza con que el gran público recibe, tanto las excursiones que la teología ha imaginado sobre los orígenes en otro mundo feliz, como las especulaciones, tantas veces morbosas, sobre el mundo futuro, su situación, su clasificada repartición, etc. Pero, sin quizá ir tan lejos, hay algo en el «oficial» de las teologías que hace de él un profesional de la dialéctica. Y la dialéctica, digámoslo de paso, es para el común de la gente algo sospechosamente convincente y desde luego arbitrariamente manejable, por donde su estimativa les aconseja no dejarse llevar. Esta actitud se debe a algo más que al simple poder de embaucamiento que posee la palabra; el asunto tiene su historia. Un sexto sentido popular entiende que la palabra, la dialéctica, la lógica, están presas del monopolio en que las oli garquías tienen el saber y la cultura. Este es un mundo, a su enten der, acaparado y sujeto a una estructura en la que se complican la religión, la economía, la ética y la política en un formidable em brollo, protegido por el muro inaccesible de montones de razones y palabras complicadas. El hombre corriente se siente definitiva mente impedido y alejado de él, aunque no porque no sea capaz de entender limpiamente lo fundamenta!, o quizá porque precisa mente lo entiende muy bien. De lo que se desentiende, pues, pro gresivamente el mundo es de una lógica que parece definitivamen te irrecuperable para la vida. De ser cierto este análisis, no nos puede extrañar que, con ra zón o sin ella, las gentes recelen de las teorías y de los teologías. Más bien sin razón, dado que la razón, si ha de seguir siendo la articulación de la lógica, queda con ella a la deriva. Nada de extra ño tendrá tampoco el que oigamos hablar de que la religión es uti
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