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74 GABRIEL FERRERAS — se nos viene a decir— que requiera la existencia de una profe sión teológica que se ocupe de ello. Este supuesto sería a no du darlo una suficientemente severa descalificación de la función teo lógica, que bien pudiera servir para poner a prueba la idea que se tiene de su validez y utilidad. Pero quizá, y sin ir tan lejos, pudie ra acaso servirnos para imaginar el rompimiento de ese secular retraimiento que como un maleficio o un falso pudor, la mantiene en reserva de no ver más que riesgos, cada vez que una dificultad la reclama en la vida, cada vez que un descenso a la arena le re cuerda como un cierto fantasma el pasmo de sentirse natural, reconciliada y dispersa entre los quehaceres mundanos. El pensa miento de la Muerte de Dios nos pone ante el límite de la razón de ser de la teología, con una pretensión que, como se puede advertir, aunque parezca de antemano descartable de puro radical, no nos conviene subestimar, por cuanto que lo que interesa no es tanto la verdad aporética sobre la última justificación de la teología, cuanto la verdad práctica sobre el porqué de su inaptabilidad concreta, de su impopularidad, de su alergia a la metamorfosis del tiempo. Precisamente, si hemos de hablar de razones, las que toma para su uso este movimiento, sólo son prácticas. Su postulado inicial parte del supuesto de que el cristianismo en este momento no se hunde por inconsecuencia con los principios, sino que se invalida desde los hechos; unos hechos nuevos, distintos, ajenos e indiges tos al organismo cristiano que ha asimilado sin embargo, hasta aquí otras circunstancias de la historia. Lo curioso del caso es que precisamente la época moderna es una consecuencia irónica de los presupuestos sentados por el cristianismo anterior. El hecho apa rece claro si nos recordamos que la promoción df; la autonomía de las ciencias — fenómeno que ha sido el punto de partida de la épo ca moderna— , fue debida al cristianismo; bien es verdad que por entonces él lo consideraba todavía como una indirecta pero eviden te manifestación de la sabiduría de Dios, quien no habría tenido reparo en otorgar una libertad a las creaturás. Que hoy se consi dere este hecho de modo inverso, es decir, entendiendo que es, por el contrario, la multisecular postración de la ciencia lo que ha per mitido existir a Dios en el pasado, no es razón, a los ojos de estos teólogos, para negar la elegancia del gesto. Precisamente por ello y porque, como indicábamos, la desaparición del cristianismo no res ponde fundamentalmente a errores lógicos sino a un natural pro ceso de refractariedad de sus significaciones para este tiempo, la actitud de estos pensadores respecto de las iglesias cristianas no se presenta como polémica, ni se interesa por iniciar un nuevo deba
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