PS_NyG_1975v022n001p0059_0090

SOBRE LA GRACIA Y SU TEOLOGIA 71 de esto porque muchas de las reformas que se intentan en teo­ logía, se llevan a cabo bajo el imperativo de que es necesario verter en un nuevo lenguaje las viejas verdades. Con ello todo se queda, en la mayoría de las ocasiones, en un simple ejercicio literario que no va más allá de la traducción de una terminología críptica y en desuso, en otra más contemporánea, retirada ya sea de la nomenclatura científica o, por qué no, del «argot» de la calle. A todo lo cual no le negamos un determinado valor. Pero dejando de lado este fenómeno bien conocido, nuestra preocupación se centra en saber si, puesto que partimos de un problema particular como es el de la gracia, cualquiera que sea la reforma que se requiera, sólo este punto sería el afectado. O, dicho de otro modo: se trata de saber si el problema de fondo que la gracia plantea, es tan sólo un asunto de desfase de una pieza suelta en el marco de una teología que, en general, ha en­ contrado ya la fórmula de su expresión en nuestro tiempo, o si no se trata más bien de un problema sintomático que en su agu- dez, denuncia una crisis del conjunto. En este segundo caso, el interés puesto en torno a la gracia, se justificaría en otro de mayor alcance que elevaría la consideración de este aspecto al nivel de un principio de repercusión general en el modo de entender la teología. El defecto de la teología clerical deriva, como ya hemos visto, del hecho de que resulta abstracto en un doble sentido: por el distanciamiento en que categorialmente ha quedado res pecto de la evolución científica en general, y por el distanciamien­ to público debido a un movimiento de repliegue eclesial que le situaba de espaldas al proceso social de la vida. El teologumeno de la gracia fue configurado por este fenómeno con una tipifica­ ción bien determinada, ya lo hemos visto; pero ¿ lo fue solamente él? ¿se han liberado los demás sectores de la teología de aquellos condicionantes? Quizá, para entendernos mejor, debiéramos aun insistir en el sentido que tiene la deformación clerical de la teología. Porque al hablar de abstracción se puede entender, bien en relación con los contenidos — v. gr.: el desfase que se da entre el concepto medieval de racionalidad y el actual— , o bien en relación con el método mismo que, en tanto cerebral, puede en cualquier época y circunstancia ser tenido por abstracto. Algunos años antes de que la relatividad de la medida del tiempo en el universo fuese expe­ rimentalmente confirmada, Einstein había llegado a su descifra­ miento por un cálculo de lógica pura. Pero la cercanía de estos dos acontecimientos científicos y su mutua interdependencia, nos

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz