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S o b r e l a g r a c i a y s u t e o l o g í a Proponerse llevar a cabo una reflexión sobre la gracia exige en este momento una dosis importante de decisión para dispensarse de contrariar, por una vez al menos, los incentivos que retienen por ahora la atención de la teología. Pretender ver en la reconsi­ deración de la gracia una clave crítica del indeciso quehacer teo­ lógico actual o un diagnóstico de la religión que vivimos, puede aumentar el asombro de no pocos. Pocos se atreven, en efecto, a augurarle un lugar a la gracia en la reorganización que está su­ friendo la teología, y apenas alguien encuentra interés hoy en remover el agua en reposo de los apasionados momentos que vivió la historia de esta temática. En el fondo, ésta es una pos­ tura más inteligente que la de quienes se obcecan en mantener su vigencia sin permitirse una duda respecto del vacío en que cae en nuestros días la referencia de la vida cristiana a la gracia, o respecto de la falta de seguridad que ofrece la plataforma cate- gorial de su tratamiento. Pero la actitud honesta e imaginativa debe de ir más allá; debe abordar la cuestión teológica de la quie­ bra de la gracia, decidida incluso a suspender su consideración si es que ya no ha de contar en la rearticulación del organigrama de la fe. Siempre he creído que esta actitud recompensa el grande o pequeño esfuerzo que con ella se lleva a cabo, sobre todo, porque es una actitud teológica enraizada en la misma fe. Rota la pusi­ lanimidad que engendran estos titubeos iniciales, uno se encuentra con resultados compensatorios muy apreciables, sobre todo por­ que cualquier punto en declive de un conjunto lógico es siempre un precioso indicativo para dar con la pista por donde pueden encontrarse las claves de un reajuste renovador. El estudio de la gracia emprendido con estos propósitos no tiene nada que ver, como se puede advertir rápidamente, con un cierto reformismo de carácter teológicamente reaccionario, y sí mucho que ver con el general envite esclarecedor de la hermenéutica actual.