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40 GERMAN ZAMORA dos se contaban seguramente los Padres Fermoselle, Matute, Villar- dondiego y Zamora. El lo aceptaba, y lo animaba a la obra, des­ pués de conocerlo personalmente. Como la dedicación plena a tal proyecto no era muy compati­ ble con el desempeño de la lectoría, dejaba a los superiores provin­ ciales el buscarle sustituto. El, con su autoridad máxima en la Or­ den, creaba para el P. Villalpando, a fin de facilitarle la labor, un estatuto prácticamente impar en la historia de su Provincia. Desde aquel momento podría gozar del título de Lector en Teología, como si la hubiera explicado el cuatrienio de rigor; podía elegir el con­ vento de su agrado para residencia, y disponer de un amanuense que le ayudara «a escribir y transcribir», quedando ambos exone­ rados de buena parte del peso de la vida conventual. El bondadoso General, a quien el Nuncio en Madrid Luis Valenti Gonzaga llama­ ba, en carta a Roda de aquel verano, «l'ottimo vecchio», cuidó, ade­ más, de crearle liberalmente un ambiente de recreo y desahogo es­ piritual que se suponía iba a asumir: su prior habría de suminis­ trarle lo necesario para gastos comunes generosamente, y el Pro­ vincial lo oportuno para usos «non adeo necessaria, v. gr., Taba- cum, aut cocolata»; se le concedía libertad para salir de paseo al campo con su compañero, y para tomarse, una o dos veces al año, «recreationis causa», vacaciones en algún lugar ameno. Si, conclui­ da la obra, el juicio de los expertos en la materia la aprobaba y se publicaba, podría gozar su autor de todos los honores y exenciones de un Lector en a c t o ...69. El interesado puso manos a la empresa inmediatamente, des­ plegando una celeridad que caracteriza a todas sus producciones literarias. Fijó su residencia en San Antonio del Prado, donde mo­ raría ya hasta el fin de su vida. Al mes de sus extraordinarios pri­ vilegios, volvió a sonreirle la suerte, pues el superior provincial interino que le había promocionado, entregó la antorcha de la Ilus­ tración a un sucesor que no cedía en entusiasmo por ella ni a él ni al aventajado discípulo de ambos. Inocencio de Matute, a quien nos referimos, tomó el proyecto como cosa propia, y el 10 de di­ ciembre confirmó a perpetuidad el decreto del General, en vista de la buena acogida que habían tenido «los primeros Tratados de Filosofía» que el de Villalpando había comenzado a escribir70. A principios de aquel año escolar de 1776-77 había sido des­ tinado a Toledo el último Curso de los dirigidos por él, a las órde­ 69. AHS, Gracia y Justicia, leg. 644; carta del 18 de septiembre de 1776. AHN, Consejos, leg. 5.339, n. 34, ff. 63 ss. 70. Ib., f. 65 v.

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