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F . D E V IL L A L P A N D O , P R O T A G O N IS T A . 31 profesores apenas se ocupaban de otra cosa que de perder el tiem­ po en cuestioncillas insolubles, fútiles y hueras, ineptas para el co­ nocim iento de la verdad y la formación de la inteligencia. No me­ nos punzante se muestra contra el pluralismo de autores y la re­ pulsa de lo nuevo — « o lo que parece tal»— aferrados a un aprecio increíble de la tradición y «patrios m o r e s » 51. Es claro que él no podía cambiar de repente el sesgo de las cosas; era una pieza más en el engranaje de un orden preestablecido; materias y reglamento de estudios le habían sido dados de antemano y había quien vela­ ba, punitivamente incluso, por su puntual observancia; además, su puesto era todavía el de un segundo de a bordo, notablemente mar­ ginado en cuanto a la enseñanza de la Filosofía y de la Teología. Lo que podía hacer por el momento, y lo que de hecho hizo, fue reflexionar, madurar sus ideas, no anquilosarse en lo recibido, ni sucumbir a la presión del ambiente doméstico, y seguir acrecen­ tando el número y calidad de «M odernos» en su biblioteca. Como sobre cualquier profesor español de la segunda mitad del siglo x v i i i , se veía afectado por las disposiciones emanadas del Po­ der central, con su carga de regalismo y concomitancias. A finales de mayo de 1767, p o r ejemp lo, se vio sorprendido por el Real De­ creto del juramento anti-regicida. No sólo los responsables de la enseñanza pública, sino los de la privada, hubieron de manifestar su aversión jurada a la célebre proposición sobre la licitud del tira­ nicidio. «En 25 de jun io — refiere el cronista— se leyó, junta la co­ munidad, en este convento de San Antonio de Madrid, la carta (del Provincial) sobre dicho Decreto Real, e hicieron el juramento el R. P. Lector y el P. M a e stro »52. Cuando, un decenio después, se haga eco de ese decreto, al pa­ sar revista a las muchas reformas benéficas introducidas por los Ministros de Carlos III, pondrá en ello una tilde de lisonja a su protector, el Consejo de Castilla, que «ha eliminado los sistemas de doctrinas sospechosas» y «ha purgado la E tica » 53. Probablemente no se hubiera pronunciado tan sin com prom iso en 1767. Que se sepa, no había comenzado aún a girar en la órbita oficial de los «ilustrados». Aquel decreto era el precursor de otro de una enver­ gadura y alcance inmensamente mayor, preparado para el caluroso agosto del año siguiente y que había estado elaborando en Roma su futuro amigo y protector D. José Moñino, en colaboración con 51. Ib., I, v il. 52. Viridario, 424. 53. Philosophia..., III, IX.

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