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452 DIOS ¥ EL HOMBRE. miento. Y ante todo se pregunta qué es Dios, y responde con la defi­ nición ya clásica de “ id quo maius excogitari nequit” . Con ello no se le contrae a ninguna categoría y tiene plena validez sea cualquiera la metafísica que se utilice. Esa definición forma parte, nos dice el autor, de “ aquellas proposiciones que de tal forma son evidentes por su prioridad y radicalidatí al espíritu humano, que no pueden poner­ se en duda. Son algo innato, y de ahí que resultan tan familiares al alma humana que verdaderamente reflexiona” (25). Aquí ve el autor la primera expresión de la trascendencia divina, expresada en fórmula negativa. Y la base de toda la argumentación de ese trascender divino es la omniperfección divina en todos sus aspectos. Por eso, cuando quiere darnos esa misma idea en forma afirmativa, hablará del ens nobilissimum . Y ello exige que se le apli­ que a Dios todo lo más noble y valioso que encontramos en las cria­ turas. Así en este movimiento dialéctico expresa, en lenguaje más asequible, lo que en lenguaje metafísico llamamos trascendencia. Pero Dios no es una realidad que no importe al hombre. Al con ­ trario, según sea el concepto que se tenga de Dios, será la actitud que ante El se adopte. Pues bien, san Buenaventura, ante el Dios su­ mo, nos dice que tenemos que adoptar una postura admirativa y pia­ dosa. “De Deo sentíendum est altissime et piissime” . Este sentir acer­ ca de Dios, con una larga tradición eclesiástica, es algo más que una postura intelectual. Es del orden existencial y significa “ una actitud humana totalizante exigida por el gran aprecio de la realidad divi­ na” (38). Se le llama Señor por su sublimidad, nobleza, excelencia, majestad y potencia. En otras palabras, de la consideración de los atributos divinos surge espontáneamente la actitud de la creatura en manto creatura, con lo que por otro camino queda como expresión de la trascenden­ cia divina. Y la falta de reconocimiento de esa trascendencia divina es una injuria humana contra Dios. Esto nos inmuniza contra toda tentación de idolatría, de atribuir a la creatura lo que únicamente compete a Dios. Este sentirse la criatura como tal y el sentir altísimamente y piadosísimamente de Dios nos revela una característica de todo el pensamiento del santo sobre Dios: que a Dios se le ve religiosamen­ te y no sólo como término de una especulación filosófica. Se trata de un rasgo muy buenaventuriano. Pero al mismo tiempo esa postura religiosa no es lo que modernamente entendemos por sentimiento,

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