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266 SAN BUENAVENTURA DESDE DENTRO razón y fe. Opta por las dos y busca la síntesis. Dicha síntesis no es legítima en función de la filosofía y con detrimento de la “sapien- tia christiana”, como han hecho los averroístas. Lo contrario quiere el doctor franciscano. Que la filosofía sirva a la construcción de la sabiduría cristiana, poniendo la luz de la razón no en oposición, sino en conjunción con las otras luces superiores. Aquí se halla el nervio de la crisis intelectual de 1270. Y sigue esta crisis todavía en pie. Es el problema de la filoso­ fía cerrada o filosofía abierta. Cultivan la filosofía cerrada cuantos piensan que la razón, por sí sóla, es capaz de resolver los grandes enigmas humanos. Optan por una filosofía abierta cuantos ven en la razón una vía de luz que debe ser completada por la fe. Es esta la solución de san Buenaventura, que en nuestro siglo rememora la obra filosófica de M. Blondel. Y es de notar que hasta un tomista tan fiel a su maestro como J. Maritain no dudó desentonar del to­ mismo rígido al propugnar un estudio de la Etica, esencialmente vin­ culado a la revelación sobre el fin trascendente del hombre. Estas alusiones a los filósofos actuales nos hacen ver cuán iluminado estuvo san Buenaventura al enfrentarse con el primer in­ tento de secularización del pensamiento cristiano. Muy luego ven­ drá lo que G. Lagarde ha expuesto en su obra monumental, La nais- sance de l’esprit laique au declin du moyen áge95. Muchos ven en nuestros días un logro y un porvenir en el nacer del espíritu laico. Los que permanecen fieles a san Buenaventura y a las esencias vi­ tales del franciscanismo, juzgarán de positivo valor algunas de las aportaciones de ese espíritu. Pero verán también en él una falsa curva que el hombre de occidente tomó al fin de la edad media. Sus consecuencias las estamos trágicamente viviendo. Hace unas décadas el gran pensador ruso, N. Berdiaeff, pos­ tulaba Una nueva edad media , ante el callejón sin salida de la edad moderna. Desde una visión más plena, creemos que el camino se­ ñalado por san Buenaventura recoge el valor perenne de la edad media, al indicar los caminos eternos de la “sapienfia christiana”. Será para él un título de máxima gloria poder ser llamado el doc­ tor y defensor de la sabiduría cristiana. Dijimos en nuestro preámbulo que podíamos llegar a través de 95. G. de Lagarde, La naissance de l’esprit laique au déclin du Mo­ yen Age, Louvain, 1956-63.

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