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ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA 259 doctor, asumiendo la persona de la Iglesia, acomete contra los mencionados pobres e insinúa que tales pobres deben ser repren­ didos como enemigos de la Iglesia y que se alzan contra ella. To­ do lo cual, arguye el santo doctor, no es otra cosa que despreciar al Vicario de Cristo que ha aprobado este estado y ridiculizar la prole de la Iglesia, esposa de Cristo. San Buenaventura, que rezuma permanentemente en sus pági­ nas la enseñanza y los ejemplos bíblicos, tiene aquí ante sus ojos el libro de Ester. Y si en el drama que se lee en este libro inspirado son cinco los personajes: Amán, Mardoqueo, el pueblo judío, Ester y Asuero, cinco igualmente son los personajes del drama en el que toma parte el santo: Amán es aquí el calumniador del ideal francis­ cano; Mardoqueo es Francisco, primer objeto del ataque; el pueblo judío es la muchedumbre de frailes menores, cuya vida o muerte depende del éxito de la lucha; Ester toma en la tipología bonaventu- riana dos formas distintas: la Iglesia y María Virgen. Finalmente, e! Asuero de este drama no es otro que el Rey Eterno. Ante este elenco de los "dramatis personae” intuimos la sin­ ceridad y la hondura de las últimas páginas de este admirable ca­ pítulo. Son la cumbre de aquel momento de plenitud vivido por san Buenaventura. En ellas su intención es defender el ideal de la Orden. Pero sus palabras ardientes nos ponen su gran corazón en la mano. En ellas percibimos sus más nobles latidos. Recojamos algunos textos. Su mejor comentario es una sencilla traducción. En el primero defiende a su santo fundador con estas palabras: “ Quien afirma que este principal imitador de Cristo, señalado con las llagas del mismo, adscrito en el catálogo de los santos y vene­ rado por toda la Iglesia, fue engañado, por el error, mayormente en la profesión y observación de la vida evangélica, no sólo impug­ na al mismo, sino también a la Iglesia universal, y, lo que es más, blasfema la doctrina y la vida del Maestro de la verdad y de sus apóstoles. Además, como otro Amán superbísimo, juzga dignos de la sentencia de muerte temporal y de la eterna condenación a los que profesan esta Regla” 83. Ante esta constatación de! ataque enemigo, san Buenaventura, como en otra ocasión su seráfico Padre, acude a la Iglesia y, diri­ giéndose a ella, le dice: “A ti, sacrosanta Iglesia romana, elevada 33. A p o l o g i a , c. X I , 15; t . V I I I , p. 315 a.

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