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ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA 255 los temas eternos de toda vida religiosa: la pobreza, opuesta a la avidez de negocios y de lucro; la ociosidad, sentina de todos los vicios; el correteo por lugares y familias con el buen vivir de quie­ nes lo practican y el fastidio y escándalo de quienes se ven forza­ dos a recibirlos; la mendicidad cargante y pegajosa, de la que dice el santo con frase hiriente que hace al fraile más temible que al ladrón. Bastan estos cuatro primeros abusos denunciados por el san­ to General para advertir lo realista e implacable de su examen. Pi­ de este examen un remedio a los abusos denunciados. Como Ge­ neral conmina a los otros superiores que tomen una actitud decidi­ da. Nada de condescendencias inoperantes. Actitudes serenas an­ te los transgresores, pero exigentes. En su carta se encabalgan los mandatos. Oigamos algunos en el original: "Otiosos stimuletis ad laborem; vagantes compescatis ad quietem; importune petenti- bus imponatis silentium...". En este camino de la praxis eficaz San Buenaventura evoca en un tercer momento los motivos que impulsan a la acción exi­ gente. Lo requiere, afirma, la perfección de nuestro estado religio­ so; lo requieren las tribulaciones inminentes; lo requiere el mundo. No bastan, sin embargo, al espíritu del santo General estos tres motivos y sube más arriba. Con palabra patética pregona que cla­ man por el remedio a los abusos el bienaventurado Francisco, la sangre de Cristo derramada, y el Señor de las alturas. Tal vez esta carta y su comentario podría dar impresión de du­ reza. Que el santo no optó por ella, queda bien patente por su vi­ da y por el espíritu que rezuman sus escritos. Bastaría a probar la delicadeza materna de aquel corazón la lectura reposada del cap. III de su obra, De sex alis Seraphim. En dicho libro expone las vir­ tudes del buen gobernante. Y en este capítulo se detiene en una de las principales: la piedad. Piadoso debe ser todo superior, como padre para con sus hijos. Hasta llegar a afirmar la conveniencia dé que todo superior debiera haber pasado por enfermedades y tra­ bajos para saber compadecer a sus súbditos. Su primera carta, sin embargo, no podía ser un tratado de pas­ toral, dirigido a superiores y súbditos. Era tan sólo, y ya es bastan

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