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ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA 2 5 3 ta la saciedad. Pero en la primera etapa de su gobierno no le preo­ cupan tanto las estructuras cuanto las conciencias. Ya es significativo que por cuatro veces, en una carta de bre­ ve extensión, se aluda a las exigencias de la conciencia: dos con relación a la propia y otras dos mirando a la ajena. Con relación a su propia conciencia dice a los Ministros que ésta no le consiente pasar en silencio los abusos que se han ido introduciendo. Y que, además, le impele, "conscientia impeliente”, a trabajar por extirpar­ los. Con relación a la ajena advierte en el primer texto que si los peligros de los tiempos urgen, urgen igualmente las lesiones que sufren las conciencias, de las que muy luego afirma que su nitidez se halla íntimamente afeada. Un día Jesús dijo a la samaritana que los verdaderos adorado­ res adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn., 4, 23). San Buenaventura recoge este programa de vida. Por eso, desde el primer momento de su gobierno baja al fondo de la conciencia, de la propia y de la ajena, para afrontar el más grave problema que es siempre problema de “ espíritu y verdad” . Y el espíritu y la ver­ dad hablan siempre en lo más hondo de la conciencia. A niveles menos profundos pero nunca superficiales, la carta puede dividirse en dos secciones: la primera subraya el sentido de responsabilidad: la segunda indica la praxis de gobierno que esta responsabilidad exige. El sentido de la propia responsabilidad lo manifiesta san Bue­ naventura en estos cinco estados mentales. El primero es el de su insuficiencia ante el cargo. Una humildad hipócrita nos ha predis­ puesto muy en contra de las declaraciones de ios hombres de go­ bierno acerca de su no valía. Sin embargo, san Buenaventura fue muy sincero al alegar la debilidad de su cuerpo, pues nos consta que nunca tuvo robusta salud; la imperfección de su mente, ya que es propio del genio otear horizontes que no aparecen claros, de donde brota un hondo sentido de carencia; la inexperiencia de la acción, pues no sabemos que el santo, entregado a !a docencia, tuviera experiencias de gobierno; la repugnancia de su voluntad, ineludible en quien ha creído hallar para su vida otra misión dis­ tinta que la de gobernar. Todo esto manifiesta la sensación de in­ suficiencia en el espíritu del santo cuya última raíz es su sentido

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