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ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA 2 4 9 lares”, según la fórmula del santo, que son las seis etapas del Iti­ nerario 68. En la primera etapa se asoma el alma al exterior y ve los ves­ tigios de Dios en las cosas sensibles y por ellas asciende hasta el origen fontal de donde brotaron. En la segunda etapa advierte la impresión que las imágenes sensibles dejan en la mente y en esas impresiones halla de nuevo el vestigio de Dios. Porque las creaturas de este mundo sensible significan las perfecciones invisibles divinas, ya que toda creatura, por su naturaleza, es “illius aeternae sapientiae quaedam effigies et similitudo” 69. En la tercera y cuarta etapa se repliega la mente sobre sí mis­ ma y se percibe, no ya como vestigio de Dios, sino como imagen suya. Y esto en doble manera: o en sus mismas potencias, memoria, inteligencia y voluntad o en virtud de la semejanza sobrenatural con la vida trinitaria que comunica la gracia. Resumiendo estas dos etapas, escribe el santo: “ De estos dos grados medios, por los cua­ les entramos a contemplar a Dios dentro de nosotros, como en es­ pejos de imágenes creadas, podemos entender que las potencias naturales del alma racional nos llevan como de la mano a las per­ fecciones divinas, como se ve en el tercer grado. Nos llevan tam­ bién a Dios las potencias del alma, reformadas por los hábitos gra­ tuitos, por los sentidos espirituales y por los excesos mentales, co­ sa que está patente en el cuarto grado” . En la quinta y sexta etapa se eleva el alma sobre sí para ad­ mirar y contemplar los atributos esenciales de Dios y, en momento ulterior, los personales. La idea de ser es la luz intelectual para acercarnos a los primeros. Y en la luz del principio: "Bonum est diffusivum sui”, ascendemos a meditar en los segundos, es decir, en las relaciones personales de la Trinidad. Por la vía de la inteligencia no cabe otra elevación superior en este mundo. Ellas, sin embargo, tienen la eficacia de preparar el espíritu para que entre en la divina tiniebla en la que se verifica el tránsito espiritual, la Pascua, del alma mística. Esta Pascua es el descanso, la paz extática. Esta es también, como ya dijimos, la meta del alma itinerante. 68. Obras de san Buenaventura (B .A .C .). M a d r id 1945; 1.1. p. 546. 69. líin er., c. II, 12; t.V , p. 302.

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