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LAZARO 1RIARTE DE ASPliRZ 215 la distinción en tre p rop iedad y uso, no ven ía de san Francisco , si­ no de la dec la rac ión de G rego rio IX en la bula Quo elongati. Se ve muy claro en la a rgum en tación con ten ida en la Epístola de tribus quaestionibus. Da por leg ítim a sem e jan te distinción, lo m ismo si se tra ta de las casas, como de los terrenos o de los libros y otros ob jetos de que disponen los hermanos: “ ¿A q u ié n pe rte n e ce la propiedad? Respondo yo que, sea de q uien sea, no es m ía n i de la O rd e n la p ro p ie d a d ; y no necesi­ to m ás p a ra la p u re z a de m i c o n c ie n c ia ...”. C ita la bula Quo elongati, y concluye: “Así lo h a d ecre ta d o el que es P a s to r de la O rd e n y de la Ig le s ia ... Puedo a se g u ra r que ta l es la c on cie n cia de los h e rm a ­ nos” m . Buenaven tu ra tiene, pues, la convicción de que las dec la rac io ­ nes pon tificias no tienen por objeto p rec isa r el sentido de la Regla, sino aquietar la conciencia de los hermanos m ed ian te una in ter­ vención de quien es supremo Pastor de la Orden por serlo de toda la Iglesia. Y en cuanto a la objeción normal de que, según la Re­ gla, los hermanos menores han de “vivir como pereg rinos y fo ras­ te ro s ” , sabe muy bien que la respuesta se halla en el Testamento: lo im po rtan te para F rancisco no es que se tengan o no casas e Ig le­ sias, sino que no se p ie rda por causa de ellas el sentido de pe reg ri­ nación. ¿Acaso no construyó lug ares san F ra n c is co ? ... lo que él q u i­ so es que no nos apeguemos a las casas en que vivim os n i las considerem os como propias, sino que m a n te n g am o s la a c titu d del p e re g rin o , que va de paso h a c ia la p a tr ia ...” 135. M ayo r dificu ltad ha llaba el sabio general para exp lica r satis­ fac to riam en te la con trad icción pa lp ab le en tre la volun tad tan ex­ presa del fundado r de que la fra te rn idad no rec ib ie ra dinero y la realidad que a él le tocaba vivir. ¿Qué sign ificaban aque llos nun­ cios que rec ib ían y gastaban el d inero a nombre y bajo la depen ­ denc ia de los superiores? ¿No eran esa “persona in te rpues ta” , sub­ terfug io previsto y prohib ido en la m isma Regla? Aqu í tam b ién la solución es ju ríd ica : la au to ridad del Papa. La conc ienc ia de los 134. Epist. de tribus quaestionibus 6s; Opera omnia, V I I I , 333. 135. Ibid., 8, p. 334. Sobre esta cuestión véase m i e stu dio: “A vvro- priatio” et expropriatio" in doctrina s. Francisci ; en Laurentianum 11 (1970) 3-35.

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