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FERNANDO GUILLEN PRECKLER 267 terio supremo de la Iglesia afirma la validez y la eficacia del bautis­ mo de los niños e igualmente su necesariedad condicionada a las previsibles circunstancias de desarrollo cristiano. Desde el punto de vista teológico, eremos que las razones que sostienen esta praxis eclesial provienen fundamentalmente de una consideración simultánea de los efectos del bautismo — filiación adoptiva, incorporación eclesial y perdón de todo pecado— y de la causalidad sacramental, es decir, de la instrumentalidad del bau­ tismo, unida a su carácter necesario. La tradición teológica cristiana ha salvado la dificultad de la falta del acto de fe en el niño, al comprender que se bautiza en la fe de la Iglesia, que comunica el hábito de su fe precisamente por medio del bautismo. Por último, desde el punto de vista personal, la consideración adulta del propio bautismo infantil debe partir de una visión de fe de los efectos del bautismo, de una consideración exacta de la li­ bertad cristiana y de un reconocimiento de la libertad amorosa de Dios. El bautismo de los niños tiene, pues, raíces profundas en la existencia eclesial cristiana. Con todo, no es un absoluto en la misma. Circunstancias esencialmente diversas pueden influir en su aplicación. No nos podemos aventurar a predecir el futuro. Pero sí debemos afirmar con toda claridad que el sentido de la fe y el aprecio del bautismo van de tal manera unidos, que cualquier de­ bilitación del uno produce una debilitación del otro, e igualmen­ te toda revaloración del uno repercute en una revaloración del otro. La fe lleva al sacramento y el sacramento alimenta la fe. Por esto, una auténtica crisis del bautismo infantil sólo es explicable en una real situación de crisis de la fe de los adultos. F e r n a n d o G u i l l e n P r e c k l e r Salamanca

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