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M . G ARCIA CABERO 129 No cabe, pues, duda de que el hombre busca el goce, la felicidad, para poder vivir; busca ser alguien, quiere entrar en contacto con los demás. El deseo todopoderoso que traspasa su psique se lo exige. El problema es el cómo y el dónde encontrar ese objeto que puede estar al servicio del hombre. Se comprende fácilmen te que se habla ya de aquella situación, simbolizada en el viejo m ito, que Freud re­ sucitó con el nombre de narcisismo13. Todo hombre atraviesa necesariamente una época narcisista, es decir, una situación psíquica tal, consistente en seleccionar y acep­ tar ideas exclusivamente desde el punto de vista de la propia satis­ facción. La consecuencia de todo esto puede ser que nuestro incons­ ciente narcisista haya intervenido, quizás de manera decisiva, en la asim ilación de lo cristiano y religioso y nuestro comportam iento re­ ligioso no sea más que narcisismo disfrazado 1S. El narcisismo exalta sobremanera el propio valor, de tal modo que parece perfectam en ­ te justificado que todos los demás se hallen a su servicio. Y hemos de confesar que la religión, y en particular la cristiana, ?e presta especialmente ai juego de la defensa y exaltación del propio valer. (Se piense en lo orgulloso de sí que puede estar quien habla de su pertenencia a la única religión verdadera, de su fiel cumplim iento — ya la palabra es significativa— de ciertas obligaciones rituales: misa, plegarias, lim osna s... Cuando este narcisismo se hace colecti­ vo, las consecuencias no son menores: posiblemente todos nosotros nos hemos enterado una vez, con gran satisfacción , de nuestra per­ tenencia a una nación especialmente bendecida por Dios, a una tie­ rra am ada por la Virgen — tanto que vino “ en carne mortal a Z a ra ­ goza”— , al pueblo cuyo ejército derramó su sangre en defensa de la ortodoxia... Dentro de las m ismas Congregaciones religiosas, se ha podido constatar una lucha subterránea para descubrir cuál era la más bendecida por Dios. Los m ismos fru tos de santidad han sido, a veces, instrumentalizados por este narcisismo. Personalmente, no puedo dejar de recordar cómo, siendo relativamente joven, mi n ar­ cisismo encontró su apagam iento al escuchar que ser español era 5. El narcisismo 13. C fr. F reud S., In trod u cción al Narcisismo, I., p p . 1083-1096. 14. C fr. T o r n o s A., P sicoanálisis y Dios. B ilb a o : M e n sa je ro 1969, p. 17 ss.

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