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300 LA FILOSOFIA CRISTIANA EN EL MAGISTERIO. culturas y filosofías, mostrando por todas ellas un sincero aprecio, y creyendo que pueden aportar valiosas conquistas de pensamiento, utilizables incluso en el campo teológico. 5 . Santo Tom ás de Aqu ino sigue siendo el filósofo cristiano más recomendado como enunciador de aquel patrimonio tradicional, y como posible integrador de la nueva filosofía del futuro. Su valor histórico y actual ha sido también precisado, y se añade la absoluta necesidad de conjugar su estudio con el de otros filósofos y con las concepciones filosóficas de cada ambiente cultural. 6 . Se admite también el «pluralismo» filosófico en su función exp licativa de las verdades reveladas. Este pluralismo, no obstante, ha de respetar «el mismo sentido y la misma sentencia». S in embargo, se reconoce un valor propio al «ingenio nativo de cada cual» (D is curso de Pablo V I a la Com isión Teológica Internacional, 1969 ), a la propia cultura y saber filosófico de cada pueblo y de cada época, que se estima puede contribuir grandemente al conocimiento y pre dicación del Evangelio (G S , 44 ). 7 . E s , pues, evidente el nuevo rumbo marcado por el Concilio Vaticano II y por los documentos pontificios postconciliares para la filosofía cristiana, tanto en su función puramente filosófica, como en su función de «ancilla» en el campo teológico. E l nuevo rumbo pluralista filosófico se puede comparar con el pluralismo vernáculo de la sagrada litu rg ia . Cada lengua expresa con diversos signos los mismos misterios. Pues b ien, el Concilio reconoce también la d istinta posibilidad de significación a los conceptos de ca da cultura y de cada filosofía. Todas ellas pueden y deben expresar las mismas realidades naturales, bien que cada una a su manera. Todas pueden y deben servir para ilustrar los misterios revelados, cada una con su propio valo r. «Alabad al Señor todas las naciones, alabadle todos los pueb los»... (Salmo 1 1 7 , 1 ). ¡A labad le con todas las lucu braciones de la filosofía hum ana ! . . . 8 . A n te esta nueva doctrina se impone quizá una corrección metódica en nuestro juicio y valoración de otras filosofías y culturas. A n te todo, un serio examen de los lím ites del «propio» conocimiento y una decidida exclusión de valoraciones negativas de las verdades ajenas por el solo hecho de ser diversas de las nuestras. N o se trata de equiparar la verdad con el error, n i de negar el principio de contra
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