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G. DE SOTIELLO 169 brica en el alma una semejanza del mismo, semejanza que luego p ro ­ duce o reproduce en otro edificio singular, sólo distinta num érica­ mente, al menos en hipótesis. Del mismo modo, lo que fabricam os en la mente a la vista de una cosa singular, si realmente poseyéra­ mos la capacidad de reproducirla, es el auténtico universal. De este modo el universal no lo obtenemos por generación, sino por abstrac­ ción la cual no es “ nisi fictio quaedam ” (11,272). Su ser no c on ­ siste más que en ser conocido. De todos modos, com o ya hemos dicho, Ockham experimenta una cierta vacilación y posteriormente afirma que el con cepto un i­ versal es una cualidad que existe subjetivamente en la mente, la cual por su naturaleza es signo de la cosa, com o lo es la palabra, aunque ésta por libre determ inación del hombre. Se trataría en todo caso de una cosa singular de un género determ inado; “ est tamen un i- versalis per praedicationem n on pro se, sed pro rebus quae signifi­ c a r ’ (11,290). c) La univocidad. Era op in ión común entre los autores medievales que no existía ningún con cep to común a Dios y a las creaturas. Frente a ellos habia sostenido Escoto que el con cepto de ser es c o ­ mún y unívoco. Ockham expone la postura escotista y adm ite con ella la doctrina de la univocidad, aunque no todas las razones que a Escoto le parecieron probatorias. Además introduce m od ificacio­ nes en la doctrina del doctor Sutil, despojando la un ivocidad esco­ tista de lo que en ella hay de realismo metafísico. Para Ockham só ­ lo se da atribución de un concepto, que no está en Dios ni en la creatura, por más que se predique de ambos (11,300). Lo un ívoco se dice impropiam ente de los conceptos y prop ia­ mente de las palabras y de los signos. Ningún un ívoco es de la esen­ cia de los un ivocados, ni pone en ellos algo real. Simplemente se predica de los in feriores “ con iunctim acceptis in numero plurali” (11,312). d) El conocimiento de Dios. Y después de haber desembarazado el cam ino de obstáculos, pasa al tema central del conocim ien to de Dios. Dios, ya lo dejam os apuntado, no puede ser con ocido en sí, de modo que la divina esencia term ine inm ediatamente al acto de en ­ tender; pero sí lo podemos conocer en un con cep to común, pred ica ­ ble de Dios y de otros seres (ibid). Este con cepto un ívoco no impli­ ca n inguna com posición en Dios, y la razón es porque nada hay, a parte rei, unívoco. Cuando “ los santos y los autores” niegan la un i­ vocidad, es esto sólo lo que niegan y en este sentido estricto no se daría un ivocidad. Pero lo m ismo que en la predicación de la especie 8

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