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154 SAN FRANCISCO, LA IGLESIA Y EL S. XXI unángel a la vidente renana Santa Isabel de Schónau (t 1164) di- ciéndole: “Tienes la misión de manifestar lo escondido y gritarlo aplenavoz, paraquelooigael mundoentero: ¡Ruinaydesolación! La tierra sehalla entinieblas, yla viña del Señor está asolada poí­ nohaberquienlacultive. Dios enviótrabajadores, perosehanvuel­ to zánganos. Lamisma cabeza de la Iglesia está enferma, ymuer­ tos sus miembros”*. Visiones similares afligiána la célebre abadesa benedictina santa Hildegarda de Bingen (t 1179), quien gozaba, a causadesupenetracióndel porvenir enplenalucidezdelaconcien­ ciaynoenarrebatosmísticos, delamás ampliaveneración, demo­ doque la pedíanconsejo el reyConrado III, el emperador Federico Barbarroja el soberano de Inglaterra, la emperatriz Irene de Bi- zancio, los papas, cardenales, obispos, y teólogos famosos de laSor- bona2. Enlafrecuenteluchaporel poder, temporal ypontificio leía ella traic’ ín a Cristo y fuente corruptora de la humanidad, de la que brotaba siempre nueva corrupción. “No soy—escribía—sino la trompeta que repite el tono insuflado en ella por el que la toca”. Pero suesfuerzo fue inútil; los papas continuaron guerreando con­ tra ciudades, comarcas y regímenes para aumentar los dominios de la Iglesia y abrir nuevas fuentes de ingresos. Al batallador Alejan­ dro III lo conjuraba uentablar la paz conel emperador, exhortán­ doloaconvertirse en“el lucerodel alba, que preceda al astro diurno de la Iglesia, oscurecida tanto tiempopor las tinieblas de la esci­ sión” 3 Vela llegar al restaurador que la Iglesianecesitaba, y lo descri­ beenestiloluminoso. Dios derramaríanuevamente suespíritusobre los hombres, la tierra exultaría, se alegrarán los árboles las aguas, los animales, el sol y las estrellas, porque un joven construiría un caminonuevohaciaDios: “Vi aunhombre de tal grandezaqueal­ canzabadesdeel fondode latierrahasta lacimadel cielo”: queno poseeráni labellezani lafuerza, tal comoenel mundosonestima­ das, sino que será stncillo ymenesteroso, pero dotado de un amor, humildad y voluntaria pobreza que lo harán invencible; su choza se transformará en el santuario de las naciones*. Pocos lustros después nacía Francisco, el anunciado. Tras vein­ 1. F .W .E . R o m , D i e V i s i o n e n d e r h l . E l i s a b e t h v o n S c h ö n a u , B r ü n n 1884. 2. M ig n e . P a t r o l o g i a l a t i n a , t. 197, S . H i l d e g a r d i s A b b a t i s s a e , Paris 1885. 3. P itra A n a l d c t a S . H i l d e g a r d i s , 1882, p . 8 ss. 4. I b i d .

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