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ALEJANDRO DE VILLALMONTE 41 humanos superiores: actos morales y religiosos. Y, finalmente ¿cuán­ to tiempo tardaron los hombres en lograr la madurez espiritual, per­ sonal, suficiente para poder poner actos morales relativamente per­ fectos, para poder conocer y aceptar a Dios por la fe, o poder rechazar­ le con responsabilidad personal gravemente culpable? A la luz de estas consideraciones, el concepto de humanidad ori­ ginaria se nos hace extraordinariamente fluido, impreciso en el tiem­ po y en el espacio. Nos vemos obligados a trabajar con un concepto más bien funcional y utilitario. Cuando los teólogos utilizaban cate­ gorías míticas y precientíficas les fue fácil hablar de la humanidad originaria personificada en Adán y Eva, considerados como individuos históricos, puestos por Dios en un entorno vital y en una situación teológica bien definida. Desmitizado este modo de ver la humanidad originaria, roto el esquema monogenista, la idea de humanidad origi­ naria cambia totalmente de aspecto ante la ciencia. Y la teología mis­ ma se encuentra con nuevos, insospechados problemas que resolver. Ciñéndonos a nuestra tarea de teólogos podemos preguntarnos qué interés tiene para la teología el preocuparse por la situación de la humanidad originaria. Más aún, podría preguntarse hasta qué punto es legítimo que lo haga. Según hemos de ver más adelante, la Sagrada Escritura no tiene un interés directo y específico en determinar la situación de la huma­ nidad originaria respecto al sobrenatural; es decir, que nada explícito afirma sobre las condiciones concretas bajo las cuales entraban dentro de la historia de salvación. Ciertamente, hay en la Biblia algunos da­ tos alusivos a la humanidad originaria, integrada por Adán y Eva. La tradición teológica posterior completa los rasgos y presenta un cua­ dro bastante acabado, a su modo de ver. Sin embargo, los esfuerzos conjuntos de la ciencia empírica natural y de la exégesis crítica y cientí­ fica han llegado a eliminar esa forma de la humanidad originaria tan­ to en su vertiente natural como sobrenatural. El sujeto receptor direc­ to de la revelación bíblica es una humanidad históricamente discerni­ ble y determinable como tal: Es la humanidad en cuanto está convo­ cada por Dios para formar un Pueblo santo, una Iglesia, para alaban­ za de su gloria. Esto les acontece, en forma directa e inmediata, como destinatarios inmediatos de la palabra de Dios, a los hombres que oye­ ron la predicación de Jesús pregonando la inminente irrupción del Reino de Dios en el mundo. Los demás hombres son afectados en la

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