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ALEJANDRO DE VILLALMONTE 33 Esta voluntad salvífica de Dios es presentada constantemente por los teólogos como voluntad salvífica plenamente universal, sincera, ope­ rante; puesto que no sólo implica el llamamiento y ordenación al fin como tal, sino que acoge y cuida de les hombres con una providencia sobrenatural, disponiendo para ellos los medios necesarios para que consigan la vida eterna y nadie se vea privado de ella, a no ser que, por libre decisión personal, rechace la llamada. Esta afirmación de la ordenación del hombre a la vida eterna, al fin sobrenatural es, en forma más concreta, la idea germinal de toda la concepción bíblica del hombre y de la antropología teológica que sobre ella se eleva. En efecto, el hombre que conoce la revelación cristiana es, en primer término, un ser llamado por Dios a su amistad y alianza (A. Testamento), a la vida eterna (Nuevo Testamento), al fin sobreña- tural, consistente en la unión plena y beatificante con Dios, según precisa la reflexión teológica. Para conseguir esta finalidad Dios llama al hombre desde el no-ser al ser. Y como es un llamado por Dios, la Biblia considera siempre al hombre dotado de inteligencia, con la cual puede oír a Dios, y de libertad que le dota de posibilidad para obede­ cer libremente, por decisión personal, los mandamientos del Señor; aunque también puede endurecer su corazón y desobedecerle. Como raíz de estas propiedades, hay que señalar el hecho de que el hombre es creado a imagen y a semejanza de Dios, dotado de alma espiritual y dominio sobre la creación. Incluso la creación del universo del hom­ bre y para el hombre, en el plan de Dios, tiende a establecer las condi­ ciones de posibilidad que hagan viables la vida de intercomunicación sobrenatural entre Dos y el hombre. La misma estructura natural del hombre, en cuanto integrada por un doble elemento material y espiri­ tual en íntima unión, que constituyen al hombre en su condición car­ nal y de viador, es comprensible en cuanto que la vida eterna quiere Dios darla al hombre como donación gratuita, pero también solici­ tando colaboración del hombre mismo y exigiéndole obediencia du­ rante los días de su peregrinación terrena 54. En todo esto el hombre sigue la condición de Cristo, a cuya ima­ gen ha sido creado. Cristo, aunque destinado a la gloria perfecta al lado del Padre, para dar testimonio de obediencia, se humilló y anonadó en la condición hum ana; pues convenía que el Cristo padeciese v así entrase en su gloria, Le 24,26; Flp 2, 5-11; Hh 2, 9-10; Hb 5,8.

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