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ALEJANDRO DE VILLALMONTE 31 ciones y palabras, se da a conocer a Sí mismo como Vida eterna del hombre. La manifestación progresiva de esta verdad, por parte de Dios, y la captación cada vez más perfecta, por parte del hombre, es lo que marca los grados de progreso en la historia de salvación, hasta su cul minación escatológica en Cristo y en la Iglesia n. En el A. T. la idea de que Dios quiere ser para el hombre Vida eterna aparece en forma bastante oscura y sólo al final, como fruto de un lento progreso “ . Precisamente por eso, a la salvación del A. T. la llamamos imperfecta con relación a la del N. T., porque en esa etapa de la historia sagrada Dios todavía no había dicho a los hombres, en forma del todo clara y definitiva, que El quería ser para ellos el fin último y absolutamente único de la vida. Sólo en Cristo dijo el Padre esta palabra definitiva. Mientras tanto, en el A. T. el llamamiento del hombre a la participación de vida íntima de Dios, se hacía con pa labras más oscuras y menos reveladoras. Dios llama al Pueblo para su alianza y amistad, y dentro del Pueblo a cada uno de los creyentes. Pero el Pueblo de Dios es, de momento, Israel. Sólo a él se le dice «tú eres mi pueble y Yo soy tu Dios» (vgr. Os. 2 , 24 ). Posteriormente el llamamiento de Dics a su alianza y amistad amplía horizontes y se ex tiende a los puebles todos. Dios hace su alianza con Abrahán, padre de muchas gentes (Gen. 15 , 17 ); con Noé, padre de la nueva huma nidad después del diluvio (Gen. 9 ) v finalmente con Adán, padre de toda la humanidad (Gen. 2 - 3 ). En los tiempos posteriores al destierro la idea del Reinado universal de Yahvé aparece continuamente en la pre dicación de lo profetas. Ya no será únicamente una nación la que se rá llamada por Yahvé «pueblo mío», sino todas las naciones del orbe (Rom. 9 , 24 - 29 ). En el A. T. la alianza y amistad con Dios implica la promesa segura de una vida feliz al lado de Dios, dedicado a su alabanza y cui 51. Los teólogos clásicos hacían arrancar la “necesidad” de la reve lación (e implícitamente de toda la historia sagrada) del hecho de que Dios había ordenado el hombre a Sí mismo como a fin propio, aunque so brenatural. Por ello era necesaria la “doctrina sagrada” para instruirle acerca del fin y de los medios para conseguir el fin. S. TOMAS, Summa, I, q. 1, a. 1; J. DUNS ESCOTO , Ord. prol. £. 1, q. unic. ed. Vaticana, I, nrs. 1-94. 52. Puede verse sobre el tema R. MARTIN ACHARD, De la muerte a la resurrección según el A.T., Madrid 1937. P. G E E L G T . De la mort a la vie éternelle. Etudes de théologie biblique, Paris 1971.
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